La guerra desata en el hombre los peores instintos que tiene, y lo hace descender a niveles, muchas veces, inferiores al de las bestias. En el caso de la Guerra del Chaco esta tendencia se ha notado poco, pero sí ha marcado a más de una generación; los ha puesto en crisis y los ha hecho pensar en la situación sociopolítica en la que se encontraba Bolivia. No conocemos nuestro país, ni nos conocemos entre los bolivianos. Por eso, al finalizar la contienda aparecieron nuevos partidos políticos, todos ellos nacidos en los arenales del sudeste.
Al principio, surge el espíritu heroico del soldado boliviano, lleno de patriotismo, que defiende con uñas y dientes el territorio que pisa: Boquerón, donde Manuel Marzana con su gesta escribe una de las páginas gloriosas de Bolivia; después, nos enfrentamos a las retiradas, al deterioro de la moral combativa en la tropa, para finalizar nuevamente en la proeza de Villamontes y su defensa ante el embate enemigo.
En el campo literario, esa guerra ha producido diarios, muchos inéditos hasta ahora, novela, cuento y poesía de alta calidad, que testimonian la vivencia de los combatientes o dan material a otros escritores para crear su obra. ¿Cómo mira esa literatura las diferentes fases de esa pelea? Veamos el embarque de los movilizados en la zona altiplánica: “En torno al tren se agolparon los indios (…). Asomaban sus cabezas de bronce, ingenuas y feroces (…), indígenas empaquetados en uniformes de kaki de color verdoso. Hombres que parecían tallados en roca, mudos y rígidos, como estatuas modeladas en piedra milenaria (…) para que fueran a quemar sus vidas en el altar de una patria que no comprendían (Anze Matienzo). Van silenciosos al desconocido lugar a donde los llevan. Ignoran por qué van, sólo que dejan su hogar y su tierra para defender esa patria, que desconocen. Al llegar al Chaco, todos, no sólo los indios, se encuentran con un paisaje nuevo, atroz, implacable, que no sospechaban existiera en algún lugar de la patria. Lo ven con los ojos físicos y con la mirada llena de la angustia del que llega a un sitio en el que muy probablemente van a encontrar la muerte: “El Chaco es un país sin personalidad. ¿Selva? ¿Pajonal? ¿Desierto? Ninguno de estos tres paisajes y, sin embargo, tiene de todos sus componentes particulares, pero como reducidos, desmañados, mezquinos” (Oscar Cerruto).
Es un lugar maldito donde no saben cómo moverse, cómo orientarse, cómo conseguir agua, cómo sobrevivir. Tienen ante sí a un enemigo con el cual deben pelear: la naturaleza hostil y desconocida. Veamos: “Todo allí era punta, filo, uña, pico, garra. Entre la zarza cautelosa y el dardo agresivo, alternaban el marihuí, aguja o volante y el polvorín, garrapata golosa de piel humana. El tuscal habíase convertido, en esta guerra atroz, en un tercer oponente; se erguía entre los hombres, fuesen quienes fuesen, y se arrogaba el derecho de matar y de hacer prisioneros” (Costa du Rels). A tal punto es criminal y agresiva con los seres humanos esa naturaleza, que cuando un soldado sube a un árbol para otear en lontananza un punto de salvación, y es muerto por una bala, un compañero trepa para ver qué ha pasado con él”. Me fue imposible acercarme a él; ya llevaba sobre el rostro una máscara de hormigas, que lo devora. Todo el árbol está transformado en un hormiguero” (Costa du Rels), dice al descender.
Otro enemigo de real poder sobre el combatiente es el arenal, lleno de tuscales, espinas y árboles retorcidos por la falta de humedad. Los combatientes la vivieron de esta manera, y trasladaron luego su recuerdo al papel, para testimoniar su desesperación ante esa tortura: “La sed, con su incandescencia amarga, nos descarnaba los labios y nos hinchaba las lenguas. Ya ninguno sudaba. Se apoderó de mis fauces un demonio que me lamía la garganta, y sentía mi sangre como resina. Mi boca me parecía extraña, como una caja de cartón recubierta de pintura seca”. Muchos fueron los que murieron de sed, de disentería y otras enfermedades propias del lugar, además, claro está, de las balas.
Contienda estúpida llevada a cabo por la fanfarronería de quienes hablaban de “pisar fuerte en el Chaco,” sin comprender que para eso se necesitaba caminos y toda una red logística, que en ese año de 1932, Bolivia no había construido.
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