Hace poco, un conductor de televisión de la Red Uno fue despedido luego de protagonizar una entrevista en la que “perdió la compostura y terminó insultando a la Ministra de Comunicación” (actitud casi recurrente en la aludida). “El periodista le reclamó a la autoridad por la observación que ésta le hizo por confundir el tema de la entrevista. El conductor -se dice- por el tono y la palabras no tuvo la responsabilidad y ética que el oficio implica” (26/05/15). El “embrollo”, al parecer, surgió cuando conductor y entrevistada no coincidieron sobre la “función” de la comunicación y el periodismo, un error intrascendente se dirá, ¡yo no creo! Paradójicamente, la Ministra donde se presenta lo hace (o se auto destaca) como una “eximia” de la comunicación”. Es más, recurrentemente expresa que el periodismo no está (totalmente) a favor del pueblo.
En resumen, entre la comunicación y el periodismo hay un hilo “fino” que ubica a cada uno en su especificidad: todos los seres vivos nacemos comunicadores para relacionarnos mediante un “código” (palabra, ladrido, seña, grito, llanto, etc.,) parafraseando a Juan José Toro: “nadie enseña a comunicar, ni siquiera una Ministra”. En cambio el periodismo es una comunicación más compleja (pero) organizada que utiliza códigos como “vehículos” para transportar una “carga” (de significantes) con las dificultades implícitas (políticas, culturales) de hacerse “entender”. Por ello, el periodismo tiene más libertad acorde a los cambios radicales que se dan en el mundo -como el “cambio” del cual la aludida es Ministra- anticipado por Lee C. Bollinger de la Escuela de Periodismo de Columbia, fundada por Joseph Pulitzer en los primeros años del Siglo XX. El periodismo es, pues, un oficio que tiene, entre otros, la búsqueda y la producción de noticias que informen sobre un contexto inmediato, y qué mejor que los bolivianos seamos informados sobre, entre otros, la gestión del gobierno de Evo Morales y mejor si la fuente es una “autoridad”.
Con base en lo anterior, el “embrollo” connota importancia, pues -aunque se lo niegue- tiene que ver con la libertad de expresión e información -ora- penalizada “caprichosamente”, y para ello se recurre a una interpretación -también- “subjetiva” (del “poderoso”) que en muchos casos tiende a, incluso, conclusiones incoherentes (¿o temerosas?). Es más, es preocupante la ausencia de la lógica formal. Por ello, el embrollo -en esta nueva gestión del MAS- tiende a multiplicarse por lo que -nuevamente- el gremio debe estar alerta, ¡la Ley 045 y su principal promotora siguen ahí! Por ello, lo “acremente”, el “tono” o la “responsabilidad y ética” probablemente han sido maximizados por la tensión (temor) que genera la misma (045) como elemento “coercitivo” (más que protectivo). Así, queda claro que la expresión (información) con este tipo de actitudes ya no goza plenamente de la libertad del cual nos hablan Lee C. Bollinger y Joseph Pulitzer, por: 1) la fuente del embrollo es promotora de la Ley 045, 2) los elementos del embrollo dependen de la carga subjetiva, 3) paradójicamente, este tipo de “malos entendidos” –siempre- surge cuando alguien se atreve a “cuestionar” a otro con poder (político). Entonces, sin justificar ni penalizar al conductor ni a la entrevistada del embrollo, convengamos que una entrevista es una herramienta de trabajo del periodismo cuyo fin es recoger información, no una palestra de exhibición, ni una ocasión para atacar a la fuente.
El autor es Director del Centro de Investigación, Servicios Educativos y de Comunicación (Cisec).
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