Las subvenciones que los gobiernos han dispuesto, desde hace varios años, si bien benefician de algún modo a la población, por sus consecuencias y vigencia casi permanente la perjudican. Las subvenciones por el precio de los carburantes o de la harina para la panificación son, como ejemplo, los casos más patéticos que se sufre diariamente y que no permiten tener perspectivas de crecimiento.
Mientras se subvenciona la harina para la elaboración de pan, se perjudica seriamente a los productores de trigo; mientras se subvenciona a los carburantes, se beneficia seriamente a la economía informal (contrabando) y los países vecinos son los beneficiados a costa de las grandes y graves pérdidas que sufrimos y que, además, postergan cualquier plan de desarrollo.
Las subvenciones, debidamente estudiadas en sus efectos de corto y largo plazo, resultan positivas cuando benefician directamente a los productores, por ejemplo, garantizando un precio remunerativo a los productores de trigo. Esto determina que garantizar precio al productor conlleva beneficios para otros sectores, con los remanentes que se saca luego de la molienda, como es el caso del afrecho y del afrechillo que tienen múltiples usos; en cambio, si la subvención va solamente a la harina, los remanentes del trigo benefician a los productores foráneos que nos venden el producto.
Subvencionar la producción de algunos artículos alimenticios básicos resultaría conveniente, temporalmente, si van acompañados de un plan de desarrollo integral, porque implicaría que se diversifique la economía y, sobre todo, se permita que los productores logren beneficios colaterales; por ejemplo, si el productor se beneficia con la subvención, recibe con ella incentivos para mejorar su producción y, además, consigue que, por ejemplo, la misma cascarilla del arroz sirva de forraje para el ganado. Lo mismo ocurre con el azúcar, el bagazo de la caña tiene múltiples aplicaciones industriales, la soya, el centeno, el maní, el café y otros productos.
Es importante que en la planificación de la producción se tome en cuenta la urgencia de contribuir a que el productor crezca, mejore su capacidad productiva, logre maquinaria moderna (al margen de mejorar la que actualmente tiene) y, además, da lugar a emplear a mayor número de trabajadores. Los beneficios, pues, son múltiples.
El caso de la subvención a los carburantes es complejo; pero difícil de suprimirlo, debiendo empezar así sea “como cuenta gotas” y no de golpe como se pretendió hacer el año 2010, cuando el Gobierno se vio obligado a retroceder y retornar a los antiguos precios, restableciendo las subvenciones.
Si se tomara en cuenta los montos que implica el subvencionar a los carburantes, a la harina y otros productos, se puede sumar muchos miles de millones de dólares al año. De otro modo, si esas subvenciones benefician a los productores vía precios garantizados, los remanentes para ellos y para el país en general serían múltiples. Se teme que la población tendría reacciones; pero, más a la corta que a la larga, la misma comunidad nacional verá cuán conveniente es suprimir este beneficio relativo a cambio de alcanzar mayores índices de crecimiento económico.
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