[Severo Cruz]

El latrocinio más incalificable


“Por el presente Tratado quedan reconocidos del dominio absoluto y perpetuo de Chile los territorios ocupados por éste”, anota el Articulo II del Tratado de Paz y Amistad, suscrito, en fecha 20 de octubre de 1904, entre Bolivia y Chile, en Santiago.

Aquellos conceptos se refieren, indudablemente, a los territorios del Departamento Litoral, que fueron ocupados, usurpados y detentados, por el poder oligárquico chileno, con el respaldo político, económico y bélico, de una potencia de origen inglés.

Es absurdo y ruin el hecho de que Chile aún esté aferrado a un tratado leonino, que ya no tiene cabida en los tiempos de cambio que se manifiestan para honra del Siglo XXI. Tiempos que propician la paz y amistad en la perspectiva de recuperar los signos de entendimiento civilizado. En consecuencia los tiempos de la imposición ya pasaron a la historia.

Ya no cabe la idea de ocupación territorial absoluta y a perpetuidad, aunque eso ocurre actualmente con el Departamento Litoral, que fue anexado por la fuerza a la República de Chile. Y so pretexto de haber celebrado con Bolivia un pacto, ha pretendido y pretende ignorar el tema marítimo, actualmente en debate en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.

“Los territorios ocupados por éste (Chile)”, mediante una salvaje invasión, en 1879, que provocó el desmembramiento territorial a Bolivia, deberían ser restituidos, en justicia, a la heredad Patria. Por consiguiente, Chile debería revisar sus pretensiones de ocupar de forma “absoluta y perpetua” aquellos territorios. Los tiempos que actualmente vivimos así lo aconsejan. O por los menos que asuma la decisión de reponer la soberanía boliviana en el Pacífico, sea mediante diálogo o escuchando a la justicia internacional. Una iniciativa política de esta índole contribuirá enormemente al apuntalamiento de la paz regional.

Por lo visto, en el Siglo XIX, los fuertes siempre imponían sus designios, pero ahora no, en absoluto.

Sólo el empleo de las armas hizo posible la ocupación o invasión de nuestro territorio costero, cuya secuela es el más que centenario enclaustramiento, que se ha constituido en una rémora para el desarrollo nacional. Bolivia, país débil económicamente y caótico políticamente, había sucumbido ante los dudosos intereses del poder oligárquico chileno, que se imponía como el segmento social representativo de “los fuertes y poderosos” del Siglo XIX. En esa centuria no se respetaba las reglas de la convivencia civilizada por el bien común.

Nuestras fronteras con Chile fueron violentadas de una manera bárbara, por instrucciones de aquella casta privilegiada, que se creía dueña y señora de esta región sudamericana. Y por el propósito de apropiarse de los recursos naturales, renovables y no renovables, del Departamento Litoral, no dudó un instante en desembolsar recursos económicos y en movilizar tropas, porque no tenía otra alternativa para sobrevivir como tal. Ese poder oligárquico ha cometido el latrocinio más incalificable en contra de Bolivia hace aproximadamente 136 años.

En suma: Chile está conminado, ahora más que nunca, a reflexionar sobre el tema marítimo. Ojalá lo haga.

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