Más allá de un buen consejo

El presidente Evo Morales, en el acto de entrega de un establecimiento educativo en Ivergarzama, instruyó que en lo sucesivo sean los propios estudiantes de primaria o de secundaria quienes dirijan esas ceremonias, para desarrollar “el crecimiento intelectual de los jóvenes” y que la educación mejore. Su recomendación tiene origen importado cuando hace poco visitó una escuela en Cuba y quedó “sorprendido” porque un niño de ocho años ofició de maestro de ceremonia. En su concepto dicha práctica debe servir como “competencia” para los estudiantes y socializarse a todo nivel educacional.

Estos ensayos no eran ajenos a los escolares cuando cada semana en colegios y escuelas del país tenían lugar “horas cívicas” -suprimidas desde hace años-, palestra en la que los estudiantes recordaban algún acontecimiento histórico o notas de interés de la semana.

La sugerencia presidencial es buena, pero la verdadera superación intelectual está en el estudio redoblado del lenguaje, de las ciencias naturales y exactas y no necesariamente en el cargado enfoque ideológico del currículo. Sin duda actuar en público ha de contribuir a superar la timidez de los niños y su falta de desenvolvimiento, tan distinta de la versatilidad de sus pares del continente, tanto en la palabra como en el gesto. Ello no es atribuible a sí mismos, sino a las limitaciones de los padres. Así como el hijo reproducirá lo que es el padre, el ciudadano de mañana será fiel retrato de sus maestros. Si, para empezar, el niño escucha sólo un lenguaje pobre en el hogar, es entonces donde la escuela debe suplir las deficiencias y asumir un papel perfeccionador.

De politiqueros el país está saturado y lo que le falta en gran medida es el conocimiento, moderno medio de riqueza y desarrollo. No se construye ciudadanía entrenando a los niños en las prácticas políticas, por no decir demagógicas, como sucede con la costumbre de llevar al Palacio Legislativo a los infantes y hacerles sentar en los curules parlamentarios, amén de hacerles participar en marchas callejeras, así fuera para pedir más aulas o pupitres. Basta ver la mayoría de diputados, senadores, asambleístas, concejales, etc. improvisados -como vitrina a los ojos de todos- para desalentar el espíritu de superación de los futuros ciudadanos. Necesitamos profesionales bien formados y hombres de bien, no demagogos.

El mejoramiento de la educación nacional debe empezar en los institutos normales, donde poco o nada se hace para formar en el saber y con el ejemplo, al paso que en el resto del mundo la formación docente pasó a las universidades en sus facultades de pedagogía y de educación. De ahí el rezago educacional en que nos encontramos y la mediocridad generalizada.