Chile jamás ha sido un país amigo y menos un país hermano. Por si alguien lo olvidó, ese país usó toda su artillería para enclaustrarnos, en 1879. Promovió esta situación para apoderarse de nuestro territorio costero. He ahí la verdad histórica.
En consecuencia, Chile siempre se estuvo armando antes y después de la invasión a territorio patrio. Ha ido renovando o modernizando, periódicamente, con recursos propios o provenientes de la asistencia externa, su arsenal bélico, so pretexto de defender la soberanía nacional, supuestamente amagada por fuerzas foráneas. Gobiernos de diferentes tendencias políticas asumieron ese propósito que se ratifica como una seria amenaza e intimidación hacia los países con los que tiene cuentas pendientes y, particularmente, hacia Bolivia, cuyo centenario problema aún no está resuelto.
“El convenio militar con los Estados Unidos sólo significa positivamente el recibir de la gran nación del Norte la asistencia o ayuda necesaria para que nuestro ejército, nuestra armada y nuestra fuerza aérea cuenten en breve plazo con el potencial que requiere la posición internacional de Chile y para que la República viva con tranquilidad su futuro. Se nos arma en cumplimiento de lo que hemos pactado, y en reciprocidad hemos dado y podemos dar, como mérito además de esa confianza, nuestra solvencia ideológica y moral”, aseveró, en un discurso pronunciado en la ciudad de Valdivia, en fecha 12 de febrero de 1952, el presidente chileno Gabriel Gonzales Videla (José Luis Torres: “Nos acechan desde Bolivia”, Buenos Aires – 1952, pág. 209).
“Para que la República viva con tranquilidad”, sostiene Gonzales Videla. Posiblemente entonces y como siempre los chilenos, por la política expansionista de la que hicieron alarde, vivieron sobre ascuas e inmersos en el temor y la desconfianza. Y es que sabían que el daño que ocasionaron a sus vecinos, lo tendrían que pagar con creces tarde o temprano. En consecuencia anhelaban vivir con tranquilidad.
Bolivia, como consecuencia de la salvaje invasión de 1879, es un país sin un centímetro de Litoral sobre el Pacífico. Pero posee un millón de kilómetros cuadrados. Una superficie mayor, obviamente, que la de Chile, cuyo territorio está representado por aquella estrecha franja de 4.200 kilómetros de longitud, que tiene de anchura 170 Km. Y sin embargo su costa abarca aproximadamente cuatro mil kilómetros de extensión. He ahí el dominio chileno en el Pacífico. Ese dominio con el que soñaba Diego Portales.
“Los límites fronterizos de Chile y Bolivia fueron fijados por el Tratado de 1904. En consecuencia, Chile no tiene problemas jurídicos con Bolivia. La OEA no tiene competencia alguna para emitir pronunciamientos sobre asuntos territoriales de los Estados miembros. Cualquier negociación con Bolivia, orientada a satisfacer el anhelo boliviano de encontrar una salida al océano Pacífico, es un asunto de solución directa entre Bolivia y Chile, que demandaría necesariamente la presencia del Perú…”, declaró el canciller chileno Miguel Schwatzer (Jorge Alejandro Ovando Sanz: “Diplomacia en mangas de camisa - En defensa del litio”, 1987, pág. 96).
En suma: La posición chilena en relación con la demanda marítima boliviana no ha cambiado desde los tiempos de Schwatzer hasta el presente de Heraldo Muñoz.
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