Como nunca el crimen y el delito se esparcen como la peste por el territorio nacional, que sin distingos de ninguna clase siega vidas, sembrando perplejidad y angustia. La experiencia histórica venía demostrando que las crisis económicas han sido el mejor caldo de cultivo de la delincuencia masculina y la prostitución femenina, pero paradójicamente estos años de bonanza económica y social incrementaron las conductas antisociales, degradando al máximo la seguridad pública.
Inclusive todo registro estadístico criminal se ha visto insuficiente ante la enormidad del fenómeno, impidiendo dar cifras específicas por orden de delitos y se duda de que alguna institución esté en condiciones de proporcionarlas. Violaciones y feminicidios están a la orden del día como salario cotidiano que lleva a preguntar cuál es la causa y el motivo de tales especialidades delictivas.
Las violaciones con muerte revelan conductas o anticonductas de suma vesanía y crueldad, que hacen pensar en una distorsión psicológica absoluta de caracteres poco menos que endémicos. El entorno familiar y cercano es el ámbito que registra la mayor frecuencia de violaciones, tratándose de los propios padres en muchos casos, en el colmo de la falta de escrúpulo, ingresando también a la cuenta hermanos, tíos y hasta abuelos.
Al contemplar este cuadro indignante y desalentador cabe preguntar si aún persiste una cultura en ciertos sectores sociales, la que ve en los hijos un mero instrumento o fetiche al servicio de instintos aberrantes. Si la descendencia es varonil, se la entiende a modo de animal para el trabajo y la servidumbre de beneficio personal, al extremo de impedir a los hijos el acceso a la escuela, cerrándoles una vía de mejoramiento individual en la vida.
La agobiante gama criminal no excluye -cómo no- el asesinato, el asalto a mano armada así se trate de un celular; el robo de domicilios no ve obstáculo en cerraduras, candados y otros sofisticados. Como agente inductor y desencadenante sobresale el alcohol y el consumo de alucinógenos y estupefacientes, éstos de preferencia entre los jóvenes.
Ciertos crímenes se ven facilitados por la falta de Estado, traducida en ausencia policial, falta de iluminación nocturna, inexistencia de medios preventivos y de tecnología como cámaras de vigilancia. El telón de fondo de la situación es, sin duda, la lenidad y tolerancia judicial con los delincuentes, configurando el vasto panorama de impunidad reinante.
El Defensor del Pueblo ha logrado identificar al menos 16 casos de abuso sexual a menores de edad por día. En 2014 el mismo organismo anotó 73 infanticidios y a julio de este año van 30 infanticidios, al paso que el feminicidio proyecta su sombra fatídica a iguales o mayores guarismos en los mismos lapsos.
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