F. Iglesias Figueroa
Creyendo hacer una obra de justicia y desagravio, queremos dedicar un recuerdo a la que fue su esposa, madre de sus hijos. Todos los biógrafos la olvidan; algunos, al hablar de ella, la llaman ignorante, incapaz de comprender a Bécquer, indigna de ser la mujer de un poeta. Encuentran, en fin, un caso más que añadir a los que sirvieron a Daudet para escribir su célebre obra, en la que con tan sutil ingenio retrata estos equivocados matrimonios.
Encontrando nebuloso y oscuro todo cuanto de ella dijeron, lo mismo sus contemporáneos que los escritores posteriores, en biografía y artículos, me dediqué, infatigable, a recoger cuantos datos encontrase que me permitiesen proyectar un poco de luz sobre su perdida figura. Luego de arduo trabajo, teniendo reunidos sobre mi mesa los resultados de mis investigaciones, veo cuán injustos fueron todos con aquella infortunada mujer, dotada de una clara inteligencia y digna por los conceptos de ser la compañera de Bécquer.
La vida de esta mujer es una historia de dolor y de sacrificios. Muerto su marido, la más negra de las miserias es su único horizonte y el de sus tres hijos. Cuando unos fieles amigos recogen en dos pequeños volúmenes que la caridad editó, una parte de la obra del poeta, su mísera situación encuentra una pequeña tregua de tranquilidad. Nuevas ediciones la permi-ten ir saliendo adelante sin angustias ni apremios; pero llega un momento en que dichas obras pasan a ser propiedad de un editor mediante una cantidad, que no debió ser muy crecida, puesto que a los pocos meses volvió la miseria al hogar del poeta.
Sin medios ya para hacer frente a la vida, recurre a una suscripción entre los admiradores y amigos de su marido, y con un álbum en el que constaban las “limosnas”, fue de puerta en puerta, recogiendo ingratitud, indiferencia, dolor. . .
En el otoño de 1882 y provista de varias car-tas de presentación de Castelar, marcha a París, donde, gracias a éstas y a un pequeño núcleo de españoles, puede encontrar los me-dios de regresar a España.
–¡Señora! ¿Cómo toleran los españoles y su gobierno que la viuda de un poeta como Bécquer tenga que ir al extranjero a pedir una limosna?
Esto le dijo un ilustre hombre público de Francia al enterarse de su dolorosa peregri-nación.
De vuelta a España escribe y publica un libro, colección de cuentos y artículos, titulado “Mi primer ensayo”, que dedica a la marquesa de Salar. Hay en esta dedicatoria un párrafo en el que palpita y sangra la llaga siempre abierta de su dolor. Dice así:
“Pobre y enfermo estaba mi ser, porque en-ferma y herida tenía mi dolorida alma, cansada de luchar contra mi destino, cuando se me ocurrió escribir estas mal trazadas líneas como último recurso para defenderme de la miseria y del hambre, que en esta tierra, patria de Cervantes y Calderón, es la única herencia que, por desgracia, alcanzamos las viudas de los poetas, cuyos horrores y privaciones son las recompensas conseguidas al brillo que a su patria dieron con sus plumas y su talento”.
Poco después de publicado este libro, la en-fermedad nerviosa que padecía se agudizó de un modo alarmante. El día 22 de marzo de 1885, Casta Esteban y Navarro, la viuda de Gustavo Adolfo Bécquer, entraba en el Hospital General, y en la sala 13, cama número 3, deja-ba de existir el día 30 del mismo mes, a las tres y media de la tarde. Sus restos recibieron el abrazo de la madre tierra en el cementerio de Santa María.
¿Qué “rima” puede compararse, mujer infor-tunada, al negro camino de tu vida y a la sole-dad y el dolor de tu muerte?
Fuente: Almanaque Hispano – Americano.
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