Hans Dellien S.
Es además del valle central de Bolivia, la llajta, como se la pronuncia en el dulce quechua de Jesús Lara y se solaza en la íntima querencia valluna, respirando el inmortal verso de Federico García Lorca: “…verde que te quiero verde…”. Por idiosincrasia espiritual y geografía anímica, hay en los collas de la muy noble “Villa Imperial de Oropesa”, desde 1571, cuando Jerónimo de Osorio la fundó, una gracia aldeana hechizada de bucólico latido, engastada en sus cuencas y hoyas, rodeadas de azules montañas, pueblo de contactos y enlaces coloniales entre las capitales virreinales de Lima y Buenos Aires.
Creció con la canción vegetal de su dorada mies y el verdecer de sus maizales, mientras en sus gallardos hombres y bellas mujeres crecía, por tres largos siglos de opresión, la inquietante ansia de libertad. Es un pueblo con profundo sentido de originalidad que jamás le abandonara. Nataniel Aguirre, político, escritor y guerrero, dejó en su virgiliano relato “Juan de la Rosa”, el testamento de la tiranía.
Durante el Siglo XX, recibió estudiantes del oriente por sus excelentes colegios, y universidad. Todos recordamos la belleza de sus parajes, sus alegres tranvías que corrían entre acequias de cristalinas aguas, a la sombra de frondosos sauces llorones, cruzando alfalfares verdes y sus flores amarillas ondulantes bajo el céfiro, dejando su fragancia y gracia, de dorada claridad, comunicando matices de diafanidad y suavidad. Así se llegaba a Calacala, Quillacollo y Vinto.
En la primavera de 1810, el 14 de septiembre, este valeroso pueblo se irguió y protestó. Cuatro adalides rompieron la quietud histórica de la fecha: Francisco de Rivero, Esteban Arze, Melchor Guzmán Quitón, y el Robespierre de la revolución, el sacerdote patriota Juan Bautista Oquendo, cuya elocuencia fue decisiva. Ellos dieron fin al vasallaje ibérico al reconocer a la Junta de Gobierno de Buenos Aires. Tal decisión permitió que Arze, el 14 de noviembre de 1810, junto a Quitón, derrotaran en “Aroma” a los realistas, patético triunfo de los machetes, palos, piedra y macanas ante la artillería realista.
Dos años después, las mujeres en la “Coronilla San Sebastián” defendieron a Cochabamba, hito singular de heroísmo popular, ante José Manuel de Goyeneche. Hizo decir en Buenos Aires: “América será libre, porque Cochabamba lo quiere”. Al cumplir 205 años de su gesta heroica, saludamos a la tierra que diera nombres inolvidables en la historia y crisoles de la cultura: Teófilo Vargas (música), Jesús Lara (lengua), Man Césped (panteísta), Adela Zamudio (prosa), dos Augustos, Céspedes y Guzmán, periodistas José Carrasco, Demetrio Canelas, Carlos Montenegro. Jaime Laredo y su violín, Martín Cárdenas nos hizo universales, sociólogos Sergio Almaraz y Arturo Urquidi (elocuencia), Gastón Paz (barítono), Ana María Vera (pianista). ¡Gloria y respeto a este pueblo!
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