Si hay delito mayor que se debe reprochar y cargar sobre la conciencia de los dirigentes del mundo, es el drama y padecimientos sin mengua de sirios, somalíes, afganos, eritreos, nigerianos y otros pueblos que padecen los rigores de guerras, odios, revanchismos, complejos, violencia, saqueos, hambre, enfermedades y muchos otros males que acentúan su desgracia con la pobreza; pero que, a la vez sufren por ausencia de solidaridad en quienes, pudiendo, hacen poco por entender que todos ellos son seres humanos y que merecen bondad, amor y comprensión.
Angustia, dolor y muerte por causa de las guerras que buscan sobreponer derechos propios sobre todos los que tienen pueblos y naciones; refugiados, que huyen de todo tipo de calamidades y, sobre todo, que piden abrigo, asilo y ayuda para vivir como seres humanos. Quienes no soportan las guerras y las violencias de toda clase que destruyen generaciones de jóvenes, aniquilan a niños, ancianos y mujeres y cobran muchos millones de vidas porque la ceguera del odio, de los intereses creados, de la soberbia y las ambiciones quieren tener hegemonía mundial.
Si el mundo, en cada generación, hiciera cálculos sobre las pérdidas sufridas debido a que el hombre es el peor enemigo del hombre, llegaría a la conclusión de que el armamentismo y todos los males que atentan contra la humanidad, causan sólo muerte y destrucción, aumentan la pobreza, las enfermedades y las miserias. La gran secuela de las guerras, del narcotráfico y de las catástrofes naturales, radica en que millones de personas requieren refugio, asilo, alimentos y medios para restañar heridas del cuerpo y encontrar alivio a sus espíritus por los tormentos sufridos debido a la acción de quienes siembran destrucción y muerte.
Quienes creen que las guerras “aseguran la paz”, mienten porque viven para engañar, para alcanzar mayores poderes perfeccionando los medios para matar. Armamentistas que destinan grandes fortunas en ciencia y tecnología para crear instrumentos de muerte, sojuzgar a pueblos esgrimiendo la frase “Si vis pacem parabellum”, es decir: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, períodos de paz efímera que, para los que poseen poder y quieren más, socava, aniquila y hasta destruye esperanzas y posibilidades de combatir a la pobreza, la criminalidad, el narcotráfico, la corrupción y todo lo que atenta contra los derechos y la vida del ser humano.
Hoy, centenares de miles de personas esperan que la justicia hecha caridad y solidaridad vuelque sus posibilidades de dar y confortar, de alimentar y curar, de proteger y dar asilo, de brindar lo que muchas veces sobra y se desperdicia; que ese mundo, al darles asilo, los cobije bajo principios de amor mostrándoles posibilidades de vida con trabajo y dedicación para producir lo que buenamente puedan hacer y mostrar habilidades y posibilidades de contribuir al propio desarrollo.
Europa, el continente llamado “tierra prometida” es esperanza para quienes esperan solidaridad; pero, lamentablemente, muchos de sus dirigentes sólo piensan en sus intereses y conveniencias porque ello les permitiría mayor poder del que tienen y hay discordancias entre ellos sobre modos de fijar cuotas para ver cómo y cuándo albergarían los diferentes países a refugiados que están a la espera de que los corazones se ablanden, despierten las condiciones de amor y entrega al reconocer los derechos ajenos. Esperan que haya comprensión a las lágrimas y dolor de niños, mujeres y ancianos que huyeron de sus tierras natales para salvar sus vidas y dar lo que tienen en coraje, valores y principios a quienes los acojan, les brinden amor, solidaridad que es vida y esperanza.
Muchos países, como Alemania, Italia, Hungría, Suiza y otros han abierto sus puertas y acogido a miles de refugiados; otros, viven calculando posibilidades y, además, asegurando su propia seguridad pero pensando sobre todo en cómo y cuánto podrían dar sin disminuir sus propios derechos y lo hacen seguramente sintiendo la vergüenza que siente todo el mundo por no hacer lo que, por principio, debió hacerse siempre: anular el armamentismo como medio para suprimir las guerras, combatir a la pobreza haciendo que todos tengan las mismas posibilidades para desarrollarse y progresar, incrementar los valores científicos, tecnológicos y culturales en pro de toda la humanidad y, sobre todo, mostrando caminos de fe y esperanza porque hay países que, por su gran extensión territorial, pueden acoger a millones de personas que muy luego se integrarían al pueblo que les dé asilo, pueblos que pueden tomar conciencia de los derechos ajenos como propios, alejados de egoísmos e intereses creados habida cuenta que todos, sin distinción alguna, son iguales como hijos de Dios.
Europa, junto al resto del mundo, seguramente siente pesar y vergüenza por no combatir las causas que dan lugar al éxodo de pueblos, en pos de mejores condiciones de vida, en busca de esperanzas para alcanzar desarrollo y progreso. Sentir vergüenza por no combatir, en cada rincón del planeta, todo lo que complota contra la naturaleza y contra la humanidad, combatir esos males que se traducen en odios, revanchismos, complejos, corrupción, narcotráfico, crímenes de toda especie y atentados contra los derechos a vivir en paz, concordia y armonía.
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