Tres minutos de horror y una noche de pesadilla: así vivieron muchos chilenos el terremoto de 8,4 grados en la escala de Richter que sacudió el centro-norte del país y la posterior vigilia por el tsunami y las decenas de réplicas.
En Illapel, una pequeña localidad en el norte de Chile, cercana al epicentro del sismo que dejaba hasta ahora diez víctimas y un desaparecido, la luz del día reveló las marcas de la tragedia.
Algunas casas construidas de materiales livianos en el suelo, la destrucción de estanterías en comercios y el caos del cementerio local con decenas de cruces, jarrones y tumbas hechas añicos constituían el panorama que mostraba Illapel, pocas horas después del terremoto.
Con la luz del día y lejos del caos de la noche, la ciudad comenzaba a levantar los escombros y a pensar ya en el próximo terremoto.