Juan Bautista del C. Pabón Montiel
Santa Cruz amanece sudorosa, luego de un baño nocturno de la tibia noche, de las palmeras henchidas de gozo. El oro de su sol no es el de otras latitudes, es un baño de ternura, una caricia del tiempo hecho perfumes de sedas tejidas por las horas, que huyen acompañados de brisas, cuyas melodías refrescan el rostro de un pueblo.
Se fue el invierno y el Toborochi se vistió de novio, engalanando la catedral de la vida. Las hojas vuelan navegando el cielo sonoro del oriente nacional. Septiembre conmemora la efeméride de un departamento que se alzó contra el conquistador ibérico, enseñándoles el puño y el arma del camba alzado.
Caminar las calles cruceñas significa recrear el espíritu, con un pueblo emergente de los arenales; contemplar la vida, extasiarse con la belleza de sus mujeres que llevan la miel de la vida oculta con un vestido delgado que guarda el vino eterno en que la vida se reproduce.
Si sólo fuere belleza femenina, o encanto de rosas y árboles de primavera y verano, sería un subjetivismo imperdonable. Santa Cruz está hecha con un corazón pleno de misericordia para el compatriota. La tierra oriental fecunda, creadora de las bellas artes, del teatro, de la poesía, de su intensa vida nocturna, prueba el coraje de un pueblo.
La capital se yergue, alza su frente con la sonrisa del carnaval, del taquirari y la canción de las sabanas cristalinas paciendo su riqueza vacuna. El gusto cruceño, refleja de la misma manera un refinamiento en sus antojos de empanadas, del fritado; del buen somó o el refresco que aplaca la sed del caminante. Los cuñapés, los masacos de yuca y plátano, la patasca de vaca o cerdo son manjares para degustar
La moderna arquitectura del oriente -lejos del arte antiguo- comienza a darle un toque estético con los murales de Lorgio Vaca; replantea las líneas maestras de sus edificios, haciéndolos una obra grandiosa del gusto arquitectónico, dando nuevas formas a la creación humana que adorna y adornará los próximos siglos.
Una catedral plantada, cual edificación que los siglos honrarán la memoria de la fe y sus constructores. Una plaza con árboles enseñando con sus índices enflorecidos el cielo límpido del oriente, transmite cada día una nueva resurrección.
Solemos sentir el vaho de la tierra renaciendo, perforando los sentidos, cual arrobamiento de un paraíso terrestre. La libertad de septiembre es la libertad de las aves, cuyos cantos desde el amanecer completan la sinfonía cruceña.
En la efeméride de Santa Cruz de la Sierra, desde la frontera abrazamos al pueblo oriental que se levantó contra la oligarquía con el nombre de don Andrés Ibáñez, siendo fusilado por la reacción, al autonomista por antonomasia, tal como cita Carlos Montenegro en “Nacionalismo y Coloniaje”, haciendo referencia a la mentira de la historiografía oficial que deliberadamente ignora al caudillo camba.
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