La indignación, el enojo, es algo natural que nos afecta a todos. Indignan muchas cosas en la vida cotidiana, en el propio hogar, al extremo de hacer explotar anímicamente a la persona. Cada vez existen circunstancias que fastidian y que son inevitables. Indigna enterarse de muchos acontecimientos mundiales, realmente terribles, donde la violencia y el crimen causan una horrible sensación. Irrita saber que el Estado Islámico degüella a inocentes cautivos o que los ejecuta de un tiro en la nuca o que los ahoga con sevicia sumergiéndolos enjaulados en el agua. Indigna saber que los bombardeos en ciudades indefensas causan víctimas entre la población civil, sin respetar la vida de niños, viejos o mujeres. Que el feroz dictador norcoreano se deshace de sus enemigos haciéndolos devorar por perros rabiosos. O que el régimen venezolano ha decidido encerrar por largos años a un combatiente por la democracia como es Leopoldo López. Todo eso y mucho más, indigna, molesta, inquieta.
Pero hasta la capacidad de indignación se agota, se rinde, cuando uno ve todos los días en la televisión a S.E. hablando con aparente convencimiento sobre las maravillas de su Gobierno, sobre fantasiosos descubrimientos de nuevos yacimientos de hidrocarburos, sobre lo bien que lo está haciendo como Presidente, pero, sobre todo, cuando se ufana de que en las Naciones Unidas todo el mundo se haya encandilado con eso del “ama sua, ama llula, y ama quella”. Que el Gobierno más mentiroso y corrupto se precie de no ser ladrón, ni mentiroso ni ocioso, y que inscriba eso como principio a seguir en la comunidad internacional (como si los pillastres y embusteros fueran los otros), irrita aunque no se quiera. Es el súmmum de la hipocresía.
Este es el ejemplo claro que ha mostrado el masismo desde que accedió al poder. Es la clásica actitud dos caras, artera, traicionera, tan peligrosa y que tanto daño nos ha hecho a través de los años a la República. A nadie le puede sorprender nada de lo que diga S.E. ni ninguno de sus inspiradores y portavoces. La falsedad está a flor de piel. Si dicen que S.E. no va a ser más candidato, hay que pensar en todo lo contrario: que va a serlo. Si dicen que lo obligan a candidatear las bases sociales, es porque se obliga a esas turbas a que lo proclamen. Si anuncian de que existe gas hasta para botar, quiere decir que las reservas de gas se están agotando. Si hablan de que hay menos coca desde que se fueron los gringos, es porque se produce más cocaína. Si se dicen partidarios de las autonomías, es porque las odian, como aborrecen a sus gestores. Veneran ladinamente al Papa cuando detestan a su Iglesia. Si cuentan que S.E. trabaja desde las 4 de mañana, quiere decir que va poco por el Palacio y que prefiere viajar para bailar y jugar fútbol. Si dicen que se guían por la filosofía de la vida y de la paz, hay que cuidarse de la prisión y del exilio.
¿Qué hacer en estas situaciones tan grotescas? ¿Cómo enfrentar a un Gobierno que nunca dice sinceramente lo que piensa? ¿Y que miente de la manera más descarada? ¿Cómo actuar si sabemos que para protegerse hay que pensar a la inversa de lo que promete? ¿Es posible así tener confianza y fe en el futuro? ¿O hay que respaldar al MAS sólo por miedo a la extorsión y a la ley que maneja a su arbitrio? Lo que se ve en la población es miedo. Se aplaude por miedo. Se alaba por miedo. Se calla por miedo. Se hacen concesiones por miedo.
De lo contrario, sin miedo, no habría tercera, cuarta o quinta elección presidencial. Las estafas en el Fondo Indígena hubieran hecho, en otras circunstancias, trastabillar a los aprovechadores hasta tumbarlos. No habría avión Falcon. Tampoco un satélite caro e inservible. Ni barcazas perdidas en puertos de China o Corea. Ni tampoco barcos con bandera nacional contrabandeando armas. No habría un juicio abusivo, sin pies ni cabeza, como el entablado contra los cruceños por terrorismo y separatismo. No estaría un general de la República, reputado como un héroe y un demócrata, acosado hasta en su propio domicilio. ¿Sirve de algo indignarse sin remedio alguno? No sirve, es inútil, pero ¿cómo evitarlo?
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