Que Chile escuche el clamor boliviano

“Para que en el plano latinoamericano se forme un conglomerado que sirva de contrapeso y equilibrio total en el Panamericanismo, la unión de los países latinoamericanos es una necesidad indispensable e impostergable; para esa unión, ante todo y sobre todo, deben desaparecer los diferendos que conservan distanciando a un país de otro, particularmente esos diferendos territoriales que son semillero de rencores y discordias. Sólo en el momento en el cual el grupo latinoamericano -aún sin formar una federación política-, sea una federación de comprensión y unidad de Estados independientes, podremos vivir un Panamericanismo real y equilibrado, quizás ajeno a la incongruencia que ofrece la organización actual”.

Este criterio fue formulado en conferencia dictada en la Universidad de Chile, bajo los auspicios del Instituto Chileno – Ecuatoriano de Cooperación Intelectual, el 20 de agosto de 1941, por Eduardo Salazar (véase su libro “Problemas americanos”, ediciones Ercilla, 1942, pág. 106).

Desgraciadamente, la unidad latinoamericana, como postulara el ecuatoriano Eduardo Salazar, aún no se ha dado, ni los diferendos por causas territoriales fueron resueltos. Prueba de ello es el conflicto boliviano – chileno, latente ahora más que nunca y que ha concitado la atención de la comunidad internacional.

Esa realidad histórica se impone por la salvaje invasión a nuestro país en 1879. Actualmente ambos países están distanciados e inmensos en un litigio en la Corte Internacional de Justicia.

En este marco, el canciller chileno Heraldo Muñoz ha lanzado sus inventivas en contra de Bolivia, que exige la restitución de su soberanía en el Pacífico, cuyos alegatos históricos fueron elevados a conocimiento de la justicia internacional.

“No existe ninguna posibilidad de que la Corte Internacional de Justicia le diga a Chile que debe entregar territorio a Bolivia, en el marco de la demanda marítima que presentó ante La Haya”, manifestó el Canciller chileno (EL DIARIO, 7 de agosto de 2015).

Pero por lo menos tendría a bien sugerir que ambos países en conflicto retomen la mesa del diálogo, a fin de sumar esfuerzos para buscar posibles opciones de solución al más que centenario enclaustramiento boliviano. Chile, si de veras desea construir un proyecto de buena vecindad, tendrá que sincerarse con Bolivia, tarde o temprano, saldando la histórica deuda que tiene desde el siglo pasado.

Y que Muñoz deje de manejar la falacia de que “hubo una guerra” entre Bolivia y Chile (EL DIARIO, 6 de agosto de 2015).

“Esa solución pronta, justa, inaplazable, no puede constituir un problema inabordable ni intrincado. Hemos visto en el mundo solucionarse problemas de mucho mayor latitud y amplitud entre pueblos de razas diferentes, de costumbres distintas, de religiones diversas, de ideologías casi opuestas. Más fácil debe ser la solución de un problema vital entre pueblos del mismo origen, de los mismos antecedentes, de la misma religión, de la misma cultura, entre los cuales un diferendo territorial puede considerarse como algo accidental y transitorio”, escribe Eduardo Salazar, en su libro citado, páginas 90 y 91.

Pero Chile no comparte ese discernimiento y no desea desprenderse de todo aquello que nos arrebató mediante la fuerza, hace más de cien años. En ese afán sigue aferrado, como el parásito en el tronco, al Tratado de 1904, que nada tiene de paz ni genera amistad, sino que es semillero de la hostilidad, discriminación y xenofobia chilena.

En suma, ojalá Chile oiga el clamor boliviano acá o en La Haya.