David Matienzo
La paradoja del amor es ser uno mismo, sin dejar de ser dos, escribió Erich Fromm. No hemos venido al mundo para estar solos. Todos necesitamos amar y sentirnos queridos, casi como el respirar. Y estaremos de acuerdo en que no hemos venido con el propósito de estar con alguien por el simple hecho de estar, solamente dejándose llevar. Ya que este tipo de parejas ahora ya no se sostienen a largo plazo, y tarde o temprano, sucumbirán.
Pero asumiendo esto, hoy aún nos encontramos con millones de parejas que se vinculan por cosas aparentes, o sea, se emparejan, pero no se unen por lo esencial. Y así, mucha gente libre se pierde y no encuentra ese amor especial, cómplice, íntimo, donde todo fluye en un sentido: el de apoyarse y crecer ambos, juntos, para sumar mucho más allá de dos simples cuerpos.
Hablo de aquel amor que está basado no tan sólo por la atracción, o el deseo sino que habla de una unión emocional fuerte, con conexión espiritual sincera. Es ahí donde además uno puede ofrecer su mejor versión al otro, para un propósito noble, mayor. Y este amor se convierte fácilmente en un proyecto de vida, que perdurará.
Así que todo lo que no se base en esto, realmente son medias tintas. A veces por egoísmo de uno mismo, a veces por el egoísmo del otro, tal vez no elijamos bien, quizá por precipitación o desesperación. Hasta el día en que realmente encuentras aquello que anhelabas y de veras musites: “Ahora sí entiendo la diferencia, lo de antes era simplemente emparejarse; lo de ahora es una unión eterna, tan especial”. Por eso, no aspiremos sólo a tener pareja sino como alas de un mismo vuelo, capaces de mirar juntos en la misma dirección pero sin perder la propia identidad.
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