José Luis Rozalén Medina
A los pocos días de llegar a Madrid tuve la oportunidad de poder charlar sobre la situación de sus respectivos países con dos miembros de la Orquesta Sinfónica de Jóvenes Palestinos e Israelís (“Orquesta West-Eastern Divan”), dirigida por el gran Barenboim. Ella, joven violinista, palestina, me decía: “Se empeñan en que nos aniquilemos. Pero nosotros estamos demostrando que podemos vivir sin odiarnos, construyendo a través de la música y del arte un mundo mejor”. A su lado, un joven israelí, experto clarinetista, asentía y remachaba: “No podemos seguir así eternamente. Existen unos valores superiores a los del odio y la guerra y nosotros, jóvenes judíos y palestinos, creemos en ellos”.
Una ráfaga de alegría llenó mi corazón. Comprendí que la determinación de estos dos jóvenes podía representar el pensamiento de otros muchos miles de chicos y chicas de todo el mundo que buscan ansiosamente otra forma de ser, lejos de las máscaras que les obligan a ponerse los demás para poder seguir mal viviendo.
Lamentablemente, hoy día se está produciendo una situación engañosa en la que los jóvenes, en palabras de José Manuel Prada “están recibiendo constantemente proyecciones del mundo adulto y de la cultura de masas, sobre cómo deberían ser y comportarse”. Todas esas influencias negativas pueden producir en ellos una contradicción entre lo que la gente espera de ellos, y lo que a ellos mismos les gustaría ser y hacer. Por eso, nos parecen esperanzadoras las palabras de los jóvenes músicos: Ellos, y buena parte de los jóvenes, están dispuestos a romper con lo viejo y preconcebido, y a buscar un nuevo camino de esperanza.
Hemos de ser conscientes de que para alcanzar ese ideal utópico que todos buscamos, para conseguir esa fuerza interior que de sentido a las vidas de tantos jóvenes desilusionados, tenemos que hacer hincapié en la formación de sus virtudes personales y públicas para que lleguen a ser personas cabales e íntegras. Sólo de este modo podrán llenar su vida de fuerza ilusionante y creadora, que hará cambiar las caducas estructuras que los aprisionan y empequeñecen.
El problema es que la sociedad actual sacraliza el instante, olvida velozmente el pasado, y no cuenta con el futuro. Y al no creer en el futuro, el presente se convierte en una obsesión. En este maremágnum de agitación y de intrascendencia se mueven muchos de nuestros jóvenes, jugando al juego que les dictan los demás. “Si yo lo que quiero es vivir, amar, relacionarme con todos, ser yo mismo: no quiero simplemente odiar y matar como me obligan mis líderes políticos”, manifestaba con pasión y tristeza un chico de Gaza.
Lo que, muchas veces, los jóvenes contemplan a su alrededor es el deseo de poder y manipulación por parte de “los mandamases” del mundo. La masa impone por doquier su pobre cultura y estilo de vida, produciendo atontamiento y deslizamiento hacia lo fácil e intrascendente.
Hablando concretamente de nuestro país, David Jiménez, en su libro El Triunfo de los Mediocres, pone el dedo en la llaga: “En España hemos creado una cultura que ha arrinconando la excelencia hasta dejarle sólo dos opciones: marcharse fuera, o dejarse engullir por la marea de la mediocridad. En España la brillantez del otro genera recelo y la creatividad es marginada. En España estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad, que tristemente la hemos aceptado como algo inexorable”.
El camino es arduo y difícil, pero debemos tener encendida la llama de la esperanza. El horizonte del ser humano es tratar de mejorar lo que hemos recibido de nuestros antepasados, para entregárselo a las jóvenes generaciones en un estado más bello, y justo. En efecto, si todos comprendiésemos que luchar por la esperanza es un hermoso horizonte hacia el que merece la pena dirigir nuestras naves, seguro que todos encontraríamos la fuerza interior necesaria para vivir con autenticidad y plenitud.
En medio de una sociedad en la que los grandes planteamientos filosóficos son menospreciados; en una sociedad en la que los mensajes éticos y religiosos son frecuentemente ridiculizados, y en la que domina un neocapitalismo sin alma, es necesario que los hombres y mujeres del siglo XXI busquemos con esperanza otra forma de vivir y de con-vivir, fundamentada en el cumplimiento de los Derechos Humanos. Si lográsemos ese tipo de nueva sociedad humana, seguro que nuestros jóvenes encontrarían el coraje para buscar un nuevo y esperanzado horizonte.
El autor es Catedrático de Filosofía.
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