La respuesta chilena a nuestra demanda marítima siempre ha sido la amenaza e intimidación, en dictadura o democracia. El afán ha sido infundir el temor en la población nacional y confundir a la opinión pública internacional en relación con el tema referido.
En consecuencia el derechista Augusto Pinochet y la izquierdista Michelle Bachelet no difieren en este aspecto. Son hechura de una misma pasta o el antibolivianismo a ultranza. Por ello las acciones que asumieron, en materia de política internacional, al respecto, son duras y torpes.
La dictadura, en el pasado mediato, ha sembrado minas, en territorio chileno limítrofe con Bolivia, poniendo en vilo la vida de los seres humanos. Un hecho de hostigamiento que fue censurado por los países sudamericanos.
“A la fecha, Chile destruyó completamente sus existencias de minas antipersonal y ha retirado el 69.67 por ciento de las 32.059 minas antipersonal sembradas en la zona fronteriza con Bolivia, proceso que se inició en 2005”, dice una nota del Ministerio de Relaciones Exteriores del país vecino (EL DIARIO, 20/11/2015). Pero aún hay 9.722 explosivos activos en la frontera.
Y en democracia se ha movilizado unidades militares chilenas, bajo el denominativo de “Huracán 2015”, para demostrar a Bolivia y el mundo, su supremacía bélica, con ejercicios castrenses en frontera con nuestro país.
Y con el argumento de evitar “frecuentes hechos delictivos ocurridos en el área” ha dispuesto el despliegue militar casi sobre la frontera con Bolivia recientemente (EL DIARIO, 23/11/2015).
Chile dentro de sus fronteras tiene derecho a movilizarse, pero que ello no signifique una señal de amedrentamiento ni de provocación a sus vecinos, con quienes tiene problemas. Los tiempos han cambiado y por lo tanto la fuerza bruta e irracional jamás volverá a imponerse en desmedro de la paz, amistad e integración en esta región. Consecuentemente, el país austral está conminado a tomar decisiones políticas que honren los propósitos de la convivencia pacífica.
Chile pretende irritarnos con sus permanentes provocaciones. Pero Bolivia, en su condición de país pacifista y con una demanda que avanza favorablemente en La Haya, no debe ingresar en ese juego maquiavélico, que busca arrastrarla al desastre. Puesto que Chile intenta silenciarla, lograr su desistimiento en la demanda marítima que radica en la Corte Internacional de Justicia. Que se desgaste, con su afán belicoso, ante la historia y los hombres, ante la comunidad latinoamericana y mundial. Pero Bolivia camina confiada en la verdad, en la justicia y en Dios.
Ciertamente tuvimos pocos amigos chilenos, identificados con nuestra histórica causa, y muchos detractores, empezando por Piñera, pasando por Bachelet, Muñoz y terminando con Insulza. He ahí una verdad.
En suma: la bravuconería chilena no nos amedrentará.
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