Entre las muchas acepciones sobre el Estado, la más sencilla nos dice que es: la sociedad jurídica y políticamente organizada, es decir un colectivo humano asentado en un territorio determinado, sujeto a normas y a un gobierno o autoridad. El origen del Estado -según algunos autores- estaría en algún momento del neolítico, más propiamente cuando dejó de ser trashumante y se convirtió en sedentario.
El Estado como tal aparece cuando los hombres toman para sí un territorio, se asientan en el mismo y lo defienden, pasando de la etapa económica de la recolección al de la producción, pues en ese territorio, los hombres producen alimentos y crían animales.
La evolución histórica del Estado ha acompañado a la del hombre en sociedad, de tal manera que de esa primitiva tribu, ha llegado a la complejidad en que se desenvuelve en la actualidad, pero sin haber solucionado la finalidad de la consecución del “bien común” y menos como rezan algunas constituciones de países del mundo, el bienestar o la felicidad (como señala la de Estados Unidos) y sólo en muy pocos países europeos, la población goza de cierta seguridad social. En los denominados países en desarrollo o escaso desarrollo, la situación de los pobladores es, en su mayoría, penosa, pues carecen de los más necesarios elementos para desarrollar una vida digna, como salud, educación, empleo, justicia, etc., es decir que sus niveles de desarrollo humano son bajos.
El problema fundamental de la sociedad organizada en Estado, es el del poder del Estado, que es administrado por reducidos grupos de individuos, ejerciendo poder sobre la mayoría e históricamente una de las primeras formas de gobierno ha sido la monarquía o poder de uno, revestido de divinidad y que dio lugar a los gobiernos tiránicos y despóticos, contra los que lucharon cientos de años los individuos en procura de recuperar sus libertades.
Precisamente la organización del Estado ha cercenado las libertades que le dio al hombre la naturaleza, pues éste como producto natural, al igual que todos los animales nacen libres, siendo el mismo hombre quien quitó las libertades implantando la esclavitud, es decir sometiendo a otros hombres a su dominio.
El debate filosófico político sobre individuo – Estado ha sido y es muy rico, pues al nacer, los seres humanos estamos ya sometidos al Estado y más propiamente somos súbditos de éste, lo que llevó a los filósofos pre Revolución Francesa, a exaltar el individualismo, entre éstos a Rousseau, luego Kant, Ficht y otros. Wilhem von Humboldt en su obra “Los límites del Estado”, considera a este un mal necesario y Thomas Payne, Richard Carlyle, John Cart White y otros apuntaron: “¿cómo era posible que el hombre sea libre, atado a las cadenas del Estado?”.
La vida cotidiana de los individuos nos impone a observar normas jurídicas, morales y de trato social, a pagar impuestos y contribuciones al Estado, a sufrir las penalidades que la justicia del Estado nos impone.
Frente al problema Estado – individuo, se han desarrollado dos corrientes de pensamiento: el liberalismo o régimen de libertades individuales, donde el Estado debe estar al servicio del individuo, y el socialismo, en el que el individuo debe estar al servicio del Estado, es decir el estatismo fascista y comunista.
Si bien es cierto que debemos vivir sujetos a las leyes que nos permiten un relacionamiento ordenado con los demás, no es menos cierto que a título de Estado y sus intereses -que suelen confundirse con los intereses de los grupos gobernantes- nuestras libertades y derechos han sido reducidos, no obstante la influencia del liberalismo y en este tiempo en muchas partes del mundo, seguimos padeciendo los excesos del poder despótico y tiránico de muchas dictaduras, unas más suaves, otras más duras.
Este Siglo XXI que con optimismo lo bautizamos del “siglo de las plenas libertades”, parece que va a seguir el camino del tiempo pasado, de sometimiento del hombre al poder del Estado, mal administrado por grupículos que se creen el Estado mismo, cuando éste somos todos, sin distinción de derechas o izquierdas falsas.
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