Tormentas del vecindario

La apertura del proceso para enjuiciar a la presidente de Brasil Dilma Rousseff, la asunción de Mauricio Macri en Argentina, y las elecciones legislativas que hoy se celebran en Venezuela subrayan desplazamientos mayúsculos que muchos creen que mudarán el rostro político de la región. A esos fenómenos se agrega la prueba por la que el 21 de febrero deberá pasar el presidente Evo Morales, quien al cabo de 10 años de gobierno y con garantía legal para 15, quiere la puerta abierta para otros cinco y llegar a un mínimo de 20 años. Salvo dictaduras desembozadas, ningún otro líder en el continente habría estado tanto tiempo con las riendas de su país.

En un viaje que dice mucho y que los diplomáticos bolivianos deberán mirar con lupa, Macri viajó el fin de semana a Brasilia y Santiago, en busca de fortalecer lazos con dos vecinos a los que asigna importancia capital. De por medio está la decisión del líder argentino de castigar los excesos antidemocráticos del gobierno de Nicolás Maduro y suspenderlo del Mercosur, que su país fundó junto con Uruguay, Paraguay y Brasil y al que luego se sumó Venezuela. La gestión argentina puede contar con Paraguay, que estaba suspendido cuando se produjo el ingreso venezolano, y que había sido una barrera para el objetivo de Hugo Chávez de incorporarse al que entonces lucía como el bloque comercial más promisorio de la región. Y también está su interés por aproximarse a la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, Colombia y México), una inclinación que hace poco tiempo habría sido vista por Brasil como inaceptable.

La presencia del presidente Evo Morales para las ceremonias de asunción de Macri será una tentativa de reparar las relaciones maltrechas tras declaraciones desafortunadas durante la campaña electoral argentina. La discreción es escuela elemental de la diplomacia. Al contrario de la mayoría de los líderes de la región, el presidente nunca ocultó sus simpatías hacia el perdedor Daniel Scioli, y anticipó dificultades si ganaba Macri. Los tiempos que vienen mostrarán si logró su propósito reparador.

Es una coincidencia apropiada que Venezuela celebre elecciones legislativas sobre las que gran parte del mundo tiene los ojos puestos. Lo que está en juego lo dice la atención con la que organizaciones de izquierda, centro y derecha ven los comicios y la perspectiva de que el régimen de Nicolás Maduro emerja arrinconado. La sorpresa sería que ocurriese algo diferente.

Venezuela es aún cabeza del llamado Socialismo del Siglo XXI, pero el derrumbe de precios de las materias primas ha exhibido sus falencias administrativas cuando ya se encontraba con la billetera vacía y su influencia en la región se desvanecía. Los activos venezolanos son todavía gigantescos. Alberga las reservas petrolíferas más abundantes del mundo, pero gran parte de ellas son de petróleo ultra pesado y bituminoso en la Faja del Orinoco, una enorme franja que atraviesa el oriente venezolano con una riqueza cara de extraer y de refinar. Su colapso económico tras una abundancia con pocos paralelos en la historia no es modelo para ningún país.

El eventual retroceso del régimen de Maduro equivaldría a retirar oxígeno político a los regímenes de izquierda. Quedan fuera de los efectos de esa eventualidad Uruguay y Chile, dos baluartes tradicionales de la democracia continental que el pensador político venezolano Teodoro Petkoff, guerrillero pro castrista en la década de 1960, identificó como expresiones de “la izquierda moderna”.

Aún queda un camino largo para la oposición brasileña que busca enjuiciar a la presidente Rousseff. Pero su destino político, a menos de un año de haber asumido por segunda vez, no es luminoso. Con muchos de sus compañeros del Partido de los Trabajadores presos, acusados de corrupción, y ella misma acusada de negligencia administrativa, hay que tener sangre fría para apostar a que la ex guerrillera de la década de 1960, bajo la dictadura militar, llegará feliz al final de su mandato, del que le quedan todavía tres años.

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