La noticia de perfil
Cuando la cholita Macacha ingresó a mi despacho periodístico, le extendí mi mano cordialmente, como lo hago todos los días, pero ella majestuosamente me miró de arriba hacia abajo, me hizo una venia y me dijo con cara de “chola multada”: “Buenos días, Su Señoría, nandanlirolilolirulá, yo no doy mi mano a nadie por razones de higiene manual”.
Desconcertado ante su cholo proceder, pedí a mi subordinada me dijera qué había sucedido en la jornada anterior, para responderme de tal manera, como si ella fuera una reina y yo su pobre vasallo.
Mi corresponsal en la Casa de Gobierno despojándose de sus aires de grandeza me miró a la cara, recontó sus polleritas y extrajo de su bolsillo su libreta de anotaciones para leerme lo siguiente: “La cumbre planetaria sobre el Calentamiento de la Tierra reunió a muchísimos mandatarios, a quienes saludó el presidente de los Estados Unidos, señor Barack Obama, mandatarios de los países que más producen los malditos gases de invernadero, junto a China comunista. Periodistas advirtieron que el señor Obama saludó a todos sus colegas, menos a los presidentes de Bolivia y Ecuador, el señor Evo Morales y el señor Rafael Correa, respectivamente”.
Al concluir la lectura de sus anotaciones periodísticas, Macacha ya no aguantó más y se puso a llorar sobre mi hombro, diciendo entre sus gemidos “Ay, qué es pues esto, acaso por ser tan pobres él puede desairar de esa manera a nuestro Evito que tanto ha hecho y hace por nuestro país, uay, uay, uay”.
Cuando sentí que el llanto de mi reportera ya había humedecido mi omoplato derecho, yo también me conmoví y busqué en mi magín algunas ideas para atenuar la honda tristeza de mi jornalera periodística, admiradora número uno de nuestro Presidente Vitalicio, buscando al mismo tiempo dimensionar mejor los hechos que sucedieron en París hace unos días.
Aprovechando la situación levanté con delicadeza sus polleritas y con éstas sequé las lágrimas de mi comadritay, que brotaban caudalosamente porque sólo usted y yo sabemos que nuestras cholitas son las mejores lloronas del mundo, superando en gritos y sentimientos a las famosas plañideras que aparecen en las tragedias griegas de Sófocles y otros.
Cuando una cuadrilla de trabajadores municipales extrajo de mi casa las lágrimas de Macacha que inundaron mi hogar, volví a habar con mi discípula periodística para recordarle que todos los hombres estamos condenados a vivir en este valle de lágrimas, cuyo nivel lacrimoso quiere desbordarse por una anécdota como la sucedida en París, que no entrará a las páginas de la Historia Universal.
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