La vida del siberiano sigue estando repleta de vacíos y de exageraciones propagandísticas. Para unos fue un clarividente y curandero; para otros, un pecador.
Grigori Yefimovich Novikh Rasputín probablemente no era un vicioso, ni tenía poderes adivinos o curativos como creía el Zar Nicolás II, pero aún así fue capaz de aguantar en pie las turbulencias políticas en la corte gracias a su instinto de supervivencia y la fascinación que provocaban sus extravagancias. Al menos hasta que rebasó la paciencia de la aristocracia rusa –desconfiada ante el poder que llegó a adquirir este monje siberiano– que planeó su asesinato en 1916.
La vida de Rasputín sigue estando repleta de vacíos y de exageraciones propagandísticas. Para unos fue un clarividente y curandero; para otros, un pecador. Nacido en Pokróvskoie (Siberia) en el seno de una familia de origen cam-pesino, Rasputín era llamado así como palabra derivada de “rasputnyi” (disoluto, vicioso, promiscuo), puesto que hasta su conversión fue un joven embrutecido, licencioso, alcohólico y ocupado en la labor de robar caballos.
En 1892, Rasputín dejó su aldea y a su familia, incluida a su jovencísima esposa, para iniciar una nueva existencia como “staretzs” (trotamundos mendicantes). Este viaje por Rusia le llevó a entrar en contacto con una secta cristiana conde-nada por la Iglesia Ortodoxa conocida como “jlystý” (flagelantes), quienes creían que para llegar a la fe verdadera era necesario el dolor. Las orgías y el sadismo se intercalaban en las reuniones de este grupo. Finalmente, otro monje, el Hermano Macario, devolvió al siberiano al buen camino y le obligó a renunciar a la bebida.
UNA AMENAZA RÚSTICA CON “PODERES CURATIVOS”
A su regreso a casa, el siberiano se hizo muy popular en la región al proclamar que la Virgen María le hablaba y le inundaba de visiones. Pronto, la fascinación por el joven vidente generó un pequeño grupo religioso que empezó a seguirle como si de un enviado por Dios para salvar a la humanidad se tratase. Se dice que el siberiano, de talla alarga-da, huesudo y repleto de tics físicos, incluso aprendió a hipnotizar a la gente con su mirada y a manejarlos a su vo-luntad. Quizás aquello solo fuera una metáfora para definir su capacidad de manipulación, su magnetismo y su pene-trante mirada.
De la Rusia rural, Rasputín saltó en 1903 a San Petersburgo, precedido de cierta fama como profeta y sanador. Con el apoyo de la Gran Duquesa Militza, afi-cionada a las artes oscuras, el monje logró ingresar en la corte, donde, pese a su humilde origen, se ganó el aprecio del Zar Nicolás II y su mujer. Entre el mito y la realidad, se afirma que su intervención milagrosa, usando hipno-sis, salvó la vida del pe-queño zarevitz, enfermo de hemofilia, al que la más li-gera herida le causaba do-lorosos hinchazones azu-les. La Familia Real nunca olvidó su ayuda.
Su influencia en los mo-narcas no hizo más que au-mentar en los siguientes años. “El Zar reina pero Rasputín gobierna”, se re-petía a modo de frase he-cha, lo cual le granjeó el odio de parte de la aristo-cracia, que veía en él una amenaza extravagante pro-cedente del mundo rural con simpatías hacia los alemanes. Incluso fue acu-sado durante la Primera Guerra Mundial de ser un espía alemán y de influir políticamente en la Zarina, que era de ascendencia alemana, en sus nombramientos ministeriales cuando el Zar estuvo ausente por la guerra. La hostilidad de la aristocracia alcanzó su máxima cota cuando los nobles más ambiciosos organizaron una conspiración secreta para acabar con su vida. La principal preocupación de estos aristócra-tas, que tal vez contaron con el apoyo del servicio secreto británico, era que el monje estaba en contra de la guerra y conside-raba que los derechos de los judíos debían situarse al mismo nivel que los del resto de la población rusa.
Félix Yusupov, príncipe bisexual, en compañía de tres matones maquinó un complot para el que utilizó la belleza de su esposa como cebo, y la fama de mujeriego promiscuo del monje como arma. Mientras el monje esperaba en una estancia del só-tano a la esposa del noble, bebió vino y unos pasteles envenenados con cianuro. Exasperado porque el veneno parecía no hacer efecto, Yusupov le disparó un tiro con una pistola Browning y lo dejó por muerto mientras se preparaba para salir a deshacerse del cadáver. Rasputín agonizó durante horas hasta que sus verdugos lo remataron a balazos y con un golpe en la sien. Después, ataron el cuerpo con cade-nas de hierro y lo arrojaron al río Nevá.
Rasputín fue enterrado en enero de 1917 junto al palacio de Tsárskoye Seló, justo un mes antes del comienzo de la Re-volución de Febrero, que iba a devenir en la muerte de los Zares y su familia. Poco antes de su muerte, Rasputín había predi-cho que, en caso de morir asesinado, el Zar perdería también su vida y el trono po-co después. Después de abdicar, Nicolás II y la familia imperial fueron arrestados y puestos bajo vigilancia en Tsárskoye Selo. El Gobierno provisional pensó en deste-rrarlos a Inglaterra, pero el rápido ascenso de los bolcheviques, a finales de junio de 1918, selló el destino del “verdugo coronado”, como era llamado por sus enemi-gos. La noche del 17 de julio de 1918, en el centro de Eka-terimburgo, los presos —Ni-colás, la zarina, sus cinco hi-jos y unos sirvientes (en total 11 personas)— fueron fusila-dos sin juicio en un sótano.
“¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué es esto?”, fue la res-puesta del Zar antes de su ejecución
“Nikolái Alexándrovich, las tentativas de sus partidarios de salvarlos han fracasado y ahora, en este momento tan duro para la República soviética, tengo la misión de acabar con la casa de los Románov”, afirmó Medvédev-Kudrin, uno de los asesinos.“¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué es esto?”, fue la respuesta del Zar entre palabras entrecortadas por el miedo.
EL MITO DE SU POTENCIAL SEXUAL
La fama de mujeriego y disoluto acom-pañó toda su vida a Rasputín. De hecho, Grigori Rasputín ha pasado a la historia como el pope supermacho que organizaba orgías en la corte y fue capaz de encan-dilar a las féminas más hermosas de la alta nobleza. Sin embargo, un libro escrito en 2005 por el psicólogo Alexander Kotsiu-binski y su hijo Danil, historiador, se propu-so desmitificar esta idea y demostrar que el monje incluso tenía inclinaciones homo-sexuales. “En Rasputín: el diario secreto” (Melusin, 2005) se analizan los testimonios de sus presuntas amantes y de sus alle-gados para demostrar que tenía “una po-tencia sexual claramente disminuida y su conducta estaba dirigida a camuflarlo al máximo”. Rasputín optó por hacer de su defecto una virtud.
Además de acabar con su fama de mu-jeriego, el mencionado libro plantea que Rasputín pudiera ser homosexual. El mon-je alardeaba de que no solo curaba a las hembras, también los hombres eran vulne-rables a sus poderes. En cierta ocasión, el favorito de los Zares insinuó que se había acostado con el epíscopo Inocencio.
CÉSAR CERVERA - C_Cervera_M
ABC - CIENCIA
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