“Una tribu salvaje, si puede exterminar a una tribu rival no solamente come a sus enemigos sino que además se apropia de sus tierras y vive más confortablemente que antes. Aunque en grados continuamente decrecientes estas ventajas de la conquista por la fuerza prevalecieron hasta épocas recientes”, ha escrito Bertrand Russel (Ottocar Rosarios: “América latina veinte repúblicas una nación”, Emecé, 1966, página 78.
Hemos empezado invocando al pensador inglés Russell, porque el destino de Bolivia se refleja, de una u otra manera, en el pasaje que ha narrado. En consecuencia Bolivia ha sido invadida, despojada de su territorio costero y enclaustrada, hasta la fecha, por el expansionismo chileno. Vanos han sido los esfuerzos políticos y diplomáticos emprendidos por el país a fin de que el vecino le devuelva su cualidad marítima. Fueron infructuosos, ni duda cabe.
En este marco Chile, con el propósito de confundir a la opinión pública internacional y desbaratar la unidad interna nacional, ha propuesto restablecer el diálogo bilateral, de los dos países en conflicto, en torno al problema marítimo, pero previo el desistimiento de Bolivia a la demanda planteada, el 2013, ante la Corte Internacional de Justicia, en contra de la nación transandina.
He ahí el ardid chileno, que busca un diálogo condicionado. El descaro del araucano no tiene nombre. En absoluto. Pretende, léase bien, que el Estado boliviano abandone para ese fin la demanda marítima, cuya señal radica, oficialmente, en La Haya. Pamplinas. Pecaríamos de ingenuos al dar cabida a ese despropósito – chileno.
La desesperación del vecino, ante el aislamiento internacional de que es objeto en el marco del tema marítimo, le obliga asumir actitudes arteras, en detrimento de la convivencia pacífica, en la región.
Chile con ese planteamiento ha cerrado, de una u otra manera, la posibilidad de un diálogo abierto, sincero y sin condiciones, entre Bolivia y Chile, en torno al centenario conflicto, que pone en vilo la paz continental.
Un accionar político que desvirtúa, desde todo punto de vista, aquellas palabras pronunciadas por el presidente Eduardo Frei, de Chile, en su primer mensaje al Congreso, el 21 de mayo de 1965, en términos siguientes: “Consideramos como objetivo fundamental de la política exterior de Chile la integración latinoamericana”.
Por lo visto estos buenos propósitos fueron tergiversados por la suspicacia, por el rencor y la incomprensión, de quienes representan, hoy, a la clase gobernante encaramada en La Moneda. Una clase gobernante que tiene terror a la justicia internacional y tirria a Bolivia porque rechaza la imposición enclaustradora de 1879. Una clase gobernante con una vocación belicosa y propensa a demostrar su poderío militar en la región. Una clase gobernante acostumbrada a intimidar a quienes en el pasado ha despojado territorio, recursos naturales, renovables y no renovables, con cinismo inconcebible. En consecuencia una clase gobernante que alienta a ultranza el expansionismo en el Cono Sur.
En suma: Bolivia no se prestará a la manipulación chilena.
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