Varios analistas y politólogos acertaron últimamente al vaticinar que la hora del populismo estaba llegando a su fin, no porque fuera injusto reconocer su obra, su comportamiento y buena administración de los recursos públicos, sino porque fracasó al privilegiar la polarización política, es decir buscar y sancionar al adversario, sea real o imaginario. Porque administrativamente es incompetente. Sus afanes mayores son realizar algunas obras que parecieran ser impactantes, pero olvida lo esencial. Concretamente, que persiste la pobreza, los precios de los alimentos suben constantemente, que tienen miles de niños en la indigencia. Y que en la administración financiera es más afecto al despilfarro y al derroche, sin escrúpulo alguno.
A grandes rasgos puede decirse que estas son sus falencias, de manera que aquello de populismo incluso quedó completamente desfigurado. Al carecer de principios políticos sólidos, no demuestra una clara tendencia de lo que se propone hacer y, fundamentalmente, cómo hacerlo de la forma más apropiada con colaboradores experimentados.
El sector privado utiliza apropiadamente la publicidad para demostrar la calidad de sus productos y estar cada vez más cerca de las posibilidades económicas de la población a la que se propone acceder, procurando evitar las exclusiones y, más bien, haciendo más atractiva su oferta. Es decir, que sea más útil y accesible para atender las necesidades del consumo general.
En cambio, los llamados populistas hacen de la publicidad una ficción engañosa, pero sí cada vez más costosa. En casos, es susceptible de convertirse en corrupción, antes que guardar fidelidad con lo que tiende a demostrar, que es eficiente para obtener el reconocimiento y apoyo público.
Nadie puede rechazar si el populismo es realmente positivo para los intereses y conveniencias de todos los sectores sociales. Pero cuando no ocurre esto, es comprensible y legítimo que se busque la alternancia democrática, en términos políticos de igualdad y no de excederse en el autoritarismo, y las obras que eventualmente realice no las emplee para su publicidad. Esta es una gran falta de honestidad y de ofender la inteligencia de los pueblos.
En Argentina y ahora en Venezuela, sus ciudadanos se han pronunciado en las urnas por el cambio, pues nadie puede suponer que es imprescindible e infalible para forzar su permanencia en el ejercicio del poder por el tiempo que se le ocurra, ya sea por simple egolatría o por el consejo de sus entornos.
Cuesta imaginar que una persona bien intencionada para servir a su pueblo no considere que esos entornos, que, a veces llegan hasta el total desequilibrio mental y al colmo de la adulonería, íntimamente sólo porque sobreponen sus conveniencias dirigidas, puedan seguir con los goces del poder, aun a espaldas de sus amos.
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