Recuerdos del presente
En algún momento se confundieron los términos de las revoluciones, que terminaron proponiendo a la gente distribuir unas riquezas, sin pensar que no eran eternas.
Este descuido está provocando angustias a los revolucionarios que ahora observan, impotentes, cómo la gente que debía votar por ellos a cambio de los sobornos ha cambiado de idea.
Es decepcionante que la revolución bolivariana de Hugo Chávez se haya mantenido solamente mientras el precio del crudo estaba en US$ 140 el barril. Y que cuando el precio está en US$ 40, deba arriar sus banderas y tenga su Waterloo.
O que la revolución encabezada por una familia acomodada del sur de Argentina haya sido vigorosa solamente mientras la soya se mantenía en US$ 375 la tonelada y que se haga insostenible y pierda elecciones cuando el precio baje a US$ 325.
Esta dependencia de los ímpetus revolucionarios de las fluctuaciones bursátiles es, por lo menos, vergonzosa, sino humillante.
Quizá lo que falle en este caso sea la gestión. Si has decidido hacer una revolución porque los ingresos eran altos, lo mínimo que debes hacer es mantener el nivel de esos ingresos.
Para ello será preciso que manejes todos los factores que tienen que ver con la producción, sin descuidar los costos, y hacer todo lo posible porque los márgenes de utilidad no bajen.
El conflicto se presenta cuando esos márgenes dependen de factores que no puedes controlar, como es el caso de las cotizaciones internacionales. Lo que te obligaría a reducir el grado de dependencia de esos factores.
Pero si estás más empeñado en distribuir que en administrar, puedes cometer algunos errores y terminas como están terminando los revolucionarios de esta temporada, de este verano de precios altos, que acaba de pasar.
Lo prudente sería no exagerar en tus promesas, ni en tus pretensiones de permanecer en el poder por mucho tiempo, porque uno nunca sabe.
Y si, de paso, has cometido errores, has incursionado en actividades poco honorables, de esas por las cuales te pueden pasar la factura en cualquier momento, como le pasó a Noriega en Panamá, lo que te queda es ponerte a rezar. La autoflagelación no es recomendable.
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