El proyecto más audaz pero, al mismo tiempo, el más negativo del Gobierno actual, es la construcción de la llamada represa de El Bala en las proximidades del pueblo de Rurrenabaque, en el Norte de La Paz. Esa obra faraónica es parte de un plan general destinado a hacer de Bolivia una “potencia energética” que permitirá el abastecimiento interno y supuestas notables posibilidades de exportación de electricidad e ingreso de dólares para cubrir el déficit que está originando en la economía nacional la caída de los precios de las materias primas.
El proyecto de la represa de El Bala, además de ser altamente negativo, en forma concreta constituye un crimen contra la Pachamama y la humanidad en general y no menos para el pueblo boliviano, propietario inalienable e imprescriptible de esa riqueza natural, apreciaciones que tienen su sustento objetivo.
En primer lugar, esa represa formará un lago gigantesco en un área de más de tres mil kilómetros cuadrados, extensa área que consiste en una planicie de tierras cultivables de primera calidad, cubiertas de vegetación abundante y la más grande variedad de seres vivientes, aparte de algunas poblaciones que viven en su interior en forma milenaria.
Al convertirse ese territorio agrícola en un lago, se perderá una gigantesca riqueza económica, pues esos terrenos útiles para la agricultura serán anegados para siempre. El precio de esas tierras de más de 300 mil hectáreas se calcula en más de 300 millones de dólares. A esa pérdida se sumará la destrucción de un bosque lleno de maderas finas y animales de todo tipo (desde abejas hasta pumas), que podría significar un valor de más de dos mil millones de dólares, en los términos más pesimistas.
Así, en total la inundación de la planicie de El Bala originará pérdidas inmediatas por alrededor de cinco mil millones de dólares, aparte del desastre ecológico que significará una pérdida imposible de cuantificar. Esa fantástica zona de ser utilizada para la agricultura y la industria podría producir alimentos en forma permanente, para abastecer no solo al pueblo boliviano, sino a países vecinos.
Se opina que esa represa producirá electricidad para exportación a Brasil, Perú y Chile, pero esa referencia es inexacta y fantasiosa porque esos mercados de consumo son muy distantes y esos países ya no la requerirán, por estar solucionando sus necesidades energéticas con grandes represas.
De nada valdría, por lo demás, que El Bala produzca algunos miles de dólares si en cambio se destruye una zona agraria riquísima que podría producir de forma inmediata artículos agrícolas y animales por sumas muy superiores a las de electricidad. Esa represa no cubrirá tierras áridas y despobladas, sino una meseta de terrenos cultivables que pueden convertirse en granjas privadas o estatales, donde podrán asentarse ciudadanos sin tierras para producir alimentos y, ante todo, conservar la Naturaleza y respetar la Pachamama no de palabra, sino de hecho.
El presidente Evo Morales insiste en sus discursos ante organismos internacionales y nacionales acerca de que el capitalismo está destruyendo la naturaleza, pero sin darse cuenta que la construcción de la represa de El Bala, de acuerdo con el “socialismo del Siglo XXI”, puede ser mil veces mayor que todas las fuerzas capitalistas juntas. Es más, él está causando de hecho gigantesco daños ecológicos, mientras de palabra ofrece todo lo contrario.
De ahí que el proyecto de la represa de El Bala (cuya construcción se anunciará en breve) debe ser suspendido por defensa de la Pachamama y respeto a ella.
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