El nuevo Tribunal Supremo Electoral, prácticamente designado por el Legislativo y algunos de sus miembros por el Presidente de la República, ha causado decepciones y desconfianzas en la colectividad. Se esperaba que, en todo sentido, sea mejor que su antecesor; pero resultó lo contrario porque no se ha preocupado en lo mínimo por corregir los yerros pasados y actuar en planos confiables y esperanzadores para la colectividad. Sus miembros, identificados con el oficialismo, en el poco tiempo que llevan ya cometieron muchos errores, pero sin inmutarse en lo más mínimo.
Su anuncio de actuar en forma correcta y responsable para corregir graves errores de sus antecesores, quedó en simple enunciado con el caso de Chuquisaca, pese a haber declarado que el anterior tribunal cometió “graves y gravísimas” faltas en las elecciones de octubre de 2014 y en las de marzo de este año. El gravísimo error fue que el tribunal reconoció a quien perdió en las elecciones para la gobernación e ignoró al ganador. De nada sirvió la acusación de gravísimas “faltas” atribuidas al anterior tribunal porque mediante las componendas se “arregló” el caso Chuquisaca.
El TSE cuando le conviene “no tiene atribuciones” para juzgar, investigar, analizar o siquiera sugerir medidas contra hechos contrarios a las leyes; se inhibe de comentar o, más concretamente, de cumplir con sus obligaciones y responsabilidades y lo hace en obediencia al oficialismo. El TSE, sólo acorde con sus criterios y hasta caprichos, no acepta, por ejemplo, auditar un biométrico manejado y dirigido por un vocal dependiente y obediente de su mandante. Así los hechos, resultaría mejor no hablar más ni de referendos ni de todo lo que se viene preparando para el 21 de febrero, ya que, parece, todo “estaría cocinado”, como dice el dicho popular.
El TSE acepta, aprueba y consiente todo al oficialismo: así, por ejemplo, no hace ni dice algo con respecto al pintarrajeado del oficialismo para las anteriores elecciones; hace “mutis” ante los anuncios de “cobrar cuotas a los empleados públicos” y hasta compromisos para votar por el “sí”. En cambio, observa todo lo que no es favorable o conveniente para quienes los dirigen y manejan. Dos vocales -el informático y el relacionador público- parece que están seriamente comprometidos para hacer que el oficialismo lleve las de ganar. Así, pues, no hay modo ni medios para demostrar siquiera un poco de equidad, imparcialidad, independencia porque todos los vocales actúan al son de lo que conviene al oficialismo.
Otro hecho en el que no intervino es el de exigir que los vocales departamentales anteriores sean cambiados y siguen los mismos que, así lo han denunciado los miembros del anterior Tribunal, han cometido serias faltas en el ejercicio de sus funciones. El comportamiento del TSE deja una sensación de frustración, decepción y hasta vergüenza a la colectividad que, en todo caso, actúa conforme a las normas electorales.
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