Preocupación mundial sobre la naturaleza y la necesidad de preservarla, han dado lugar a la realización de una cumbre sobre el Cambio Climático, en la localidad cercana a París, Le Bourget, de 196 personalidades del mundo entre jefes de Estado y altos funcionarios con inclusión de representantes de Naciones Unidas y otras organizaciones mundiales. La reunión, al estilo de muchas habidas en la historia de los últimos cincuenta años, contiene frases y expresiones donde abundan intenciones y propósitos para cuidar la naturaleza, preservar la vida en el planeta, conservar incólume y libre de peligros a la fauna y la vegetación, mantener libres de contaminación océanos, lagos y ríos, etc., etc.
En largas y profundas exposiciones, cada uno de los jefes de Estado que intervinieron en la cumbre, expresaron conceptos muy claros sobre la urgencia de cuidar el cambio climático y, cada uno a su vez, pidió a sus colegas compromisos serios para cumplir todo lo que vaya a aprobarse porque, se pensó al unísono que el planeta es nuestro único tesoro y conviene cuidarlo y preservarlo; de otro modo, corremos el riesgo de terminar la vida.
Palabras y más palabras, promesas a cual más claras, honestas y sinceras para la reunión, declaraciones que han mostrado grandezas y propósitos para actuar en favor del ser humano y de todo ser que habite el planeta. Una cumbre que, prácticamente, significó una buena reunión de personajes que, en nombre de sus países, han expresado propósitos y acuerdos que, al igual que muchos otros -especialmente desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial el año 1945- que poco o nada se han cumplido. Una cumbre donde cada personaje hizo ver la posición de su país y las buenas intenciones que lleva para que se cumplan por parte de todos los habitantes del mundo.
Entre las exposiciones, resaltan algunas y bien podría calificárselas de sinceras, como: “…lo que está en juego en esta conferencia de cambio climático es la paz”; expresión del presidente francés; por su parte, el Secretario de la ONU dijo: “…se necesita un acuerdo duradero, flexible, dinámico, en el que se exprese solidaridad con las naciones más pobres y en el que los países desarrollados ayuden a financiar la transición hacia economías descarbonizadas”. Otra declaración importante, de una ministra francesa: “…hay que proteger la calidad del agua, reducir la contaminación de los océanos y acabar con la sobreexplotación del medio marino”. Añadió, “si no actuamos rápido, en 2080, entre el 43 y el 50% de la población no dispondrá de agua potable”. Así, muchas declaraciones han mostrado realidades que la humanidad descuida al no hacer nada por preservar la naturaleza.
Pero, al término de la cumbre, aprobados los acuerdos, cada presidente o gobernante de las grandes potencias al volver a su país retoma los propósitos de siempre porque, al día siguiente, conforme a los informes militares, decide, conjuntamente sus colaboradores, continuar acciones de guerra, dispone el bombardeo de sitios en que, se supone o se asegura, hay campos de entrenamiento, fábricas de armas, se preparan nuevas acciones para matar, herir, lastimar, desangrar a miles de personas; sitios en los que las bombas y todos los armamentos descargan elementos contaminantes del medio ambiente y destruyen la pureza del aire envenenan con dióxido de carbono y otros productos letales todo lo que es impacto de las bombas y las municiones de gran poder destructor; luego, vienen los parabienes por “lo bien hecho, por la destrucción lograda y por las bajas conseguidas”.
A su turno, China, Rusia, Estados Unidos y otros países deciden combatir al terrorismo mediante acciones punitivas y bombardean ciudades y pueblos reductos de guerrilleros y terroristas que, a su vez, se alzan en armas y responden con mucha contundencia con armas, aviones y otros -proporcionados, muchas veces, en “tiempos de paz y acuerdos por las libertades”-, porque esos terroristas sólo buscan destruir y matar seguramente hasta terminar con la vida en la Tierra que también ellos deberían cuidar y respetar pero que, cegados por el odio y el fanatismo, no vacilan en segar la vida de miles de personas.
¿Cuánto han respetado esos grandes países al hombre, a la naturaleza, al medio ambiente, a los derechos de libertad, justicia y democracia en el mundo cuando contradicen con la fuerza de las armas todo lo comprometido? ¿Hasta cuándo esos grandes dirigentes de los principales países del mundo seguirán las políticas de los armamentistas que los impulsan a las guerras con los pretextos de defender la paz, las libertades, la justicia, la democracia, los derechos humanos y, en la realidad, sólo sirven a sus intereses? ¿Hasta cuándo desoirán los clamores de sus propios pueblos, conjuntamente los de todo el mundo, para desarmarse y hasta suprimir todo el potencial nuclear que mantienen en actitud amenazante que pone en peligro a toda la humanidad?
Preocuparse del medo ambiente, del cambio climático, de las aguas y de cuidar la fauna y la vegetación en el planeta, buscar condiciones dignas de vida para suprimir la pobreza existente en sus propios países y en el Cuarto y Tercer Mundo, ¿no debería ser acción prioritaria de los llamados “grandes del mundo”?
Los propósitos de la cumbre de París sobre el cambio climático resultarán, conforme a muchas experiencias, simples poses de soberbia, hipocresia y demagogia de los que más poseen y pueden conjuntamente los tiranos, totalitarios y otros “predestinados” habidos aún en el mundo que quieren imponer ideologías y políticas extremistas en detrimento de la vida del hombre y la naturaleza, porque poco o nada les importa el destino del planeta que está condenado a periclitar debido a la angurria, el egoísmo y la carencia de conciencia de quienes son buenos para las cumbres pero totalmente ineptos e inconscientes para concretar buenas políticas y acciones que puedan salvar a la humanidad.
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