Sobre China y la economía boliviana

Alfonso Mansilla

Mucha gente en Bolivia todavía ve a China como un país lejano, distante y exótico. Sin embargo, a medida que los vínculos del gigante penetran en nuestra realidad (la proporción de las exportaciones que van a China es ahora 10 veces mayor que en el año 2000), nuestros destinos parecen estar cada vez más entrelazados e interconectados. De hecho, una desaceleración más brusca de China es ahora uno de los principales riesgos que debería preocuparnos y para el cual deberíamos  prepararnos.

El boom de los precios de las materias primas en el 2000, alimentado en gran medida por un crecimiento a tasas de dos dígitos en China, acarreó ingresos extraordinarios. En este contexto, el crecimiento del país se disparó de un promedio de 2,5 por ciento en 1982-2002 a 4,5 por ciento en 2003-11 y el actual 4% pronosticado por entidades serias para este año y el próximo. Pero más recientemente el crecimiento de la economía china se ha vuelto más lento, y las proyecciones para su crecimiento de largo plazo han sido recortadas en dos y medio puntos porcentuales desde mediados de 2010. Y algo similar ha sucedido en la economía boliviana.

¿Están relacionados estos hechos entre sí, o simplemente reflejan una respuesta similar a algún factor común? ¿Qué es lo que ha caracterizado la presencia de China en Latinoamérica en general y Bolivia en particular? La respuesta es simple: la búsqueda de materias primas, aquellas que la China necesita para seguir impulsando su industria manufacturera, y para seguir manteniendo su seguridad alimentaria y energética. Así, las relaciones diplomáticas del gobierno chino con su contraparte boliviana conllevan planes de inversión y comercio cuyo objetivo es garantizar un suministro de productos constante, seguro y, de ser posible, de largo plazo.

Por parte del gobierno boliviano el interés es claro: un flujo constante de dinero. La utilización de recursos monetarios con fines políticos, sobre todo cuando se los obtiene de manera fácil y rápida. Los resultados de inversiones estructurales cuyo fin es mejorar la competitividad de ciertos sectores generalmente no son inmediatos; son resultados a largo plazo, por lo que el impacto en la percepción de la población tampoco es el deseado desde un punto de vista político. Así, se prefiere invertir en proyectos pomposos con impactos a corto plazo.

Por su parte, el gobierno chino ha implementado políticas, invertido y apoyado a sectores clave de su economía con el objetivo de mejorar la competitividad del país y permitir que su manufactura avance. La percepción de China como un país que produce ropa, calzado y juguetes baratos y de mala calidad ya no se cumple. Ciertamente, hay problemas respecto a la calidad, derechos de autor, etc. Pero China ahora produce bienes que requieren tecnología y mayor capital humano… a precios competitivos.

Entonces, mientras China ha logrado aumentar su competitividad, la casi inexistente industria boliviana (agobiada por pagos extraordinarios, más populistas que inteligentes), sobre todo de productos secundarios, ha ido cuesta abajo. Nuestra economía ahora es cada vez más dependiente de sus recursos naturales; pero no porque una mayor proporción de la renta total del país provenga del comercio de estos, sino porque el énfasis en su explotación ha dado como resultado una desindustrialización de su economía. Y lo que es peor, estos recursos que Bolivia exporta son utilizados para fabricar productos que empresas chinas exportan de vuelta, aumentando la competencia que enfrentan nuestras pocas empresas en los mercados domésticos.

Sin embargo, hay que ser justos. El principal responsable de esta situación es el gobierno actual. Sin olvidar que China es el mayor acreedor de deuda boliviana. La inyección de dinero proveniente de China pudo haberse reinvertido de manera inteligente (incluso favoreciendo una estrategia de política industrial), para aumentar la competitividad de la economía.

¿Cómo puede prepararse Bolivia para los riesgos futuros? Es muy importante que la región mantenga políticas fiscales prudentes, baja inflación y tipos de cambio flexibles para mejorar su capacidad de respuesta frente a eventuales shocks. Más allá de las políticas macro, Bolivia necesita adoptar una agenda audaz y creíble de reformas estructurales, focalizada en la mejora de la educación y el clima de negocios. Estas reformas permitirían aumentar la productividad y subir en la cadena de valor, lo que ayudaría no solo a aumentar el crecimiento potencial del país, sino también a reducir la probabilidad de que eventuales sorpresas negativas vinculadas al crecimiento de China desaten una crisis de confianza, algo que haría el ajuste inminente aún más difícil.

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