Simón Bolívar echado, desterrado, agobiado, enfermo, extenuado, salió de Bogotá en mayo de 1830, tenía el propósito de viajar a Europa, pero ese mal al que no pudo combatir ni rendir, esa tuberculosis minaba sus pulmones; fue la batalla que nunca pudo ganar.
Después de muchas vicisitudes y estancias donde le ofrecían cobijo y adhesión, en una especie de vía crucis, ya adolorido, el 30 de noviembre Bolívar llegó a Santa Marta.
Había recibido el aviso del vil asesinato del Mariscal Sucre, igualmente el desdén de su patria Venezuela, anunciando que mientras Bolívar permanezca en América, no habría paz para las naciones; y ofensas de caudillos que él había formado.
Sin embargo, algunos en Nueva Granada lo pedían como Presidente; el Congreso del Ecuador lo nombró Padre de la Patria, y Protector del Sur de Colombia; la República de Bolivia, su hija predilecta, lo llamó Jefe de la Libertad de América y lo nombró su Embajador ante la Santa Sede.
En Santa Marta lo atendió el médico francés Alejandro Próspero Reverend, cuyo diagnóstico fue implacable y fatal: tuberculosis pulmonar.
Con un resfrío agudo y el aviso del asesinato del Mariscal Sucre, en Cartagena en plena llovizna, esa noche paseó por los patios de la casa, hasta la madrugada. El Libertador rechazó la ayuda médica, y ese catarro y el principio de su enfermedad pulmonar mal atendido, fue convirtiéndose en una tuberculosis aguda.
El 30 de noviembre totalmente agobiado llegó el Libertador a Santa Marta, fue bajado en silla de manos, allí encontraría su último refugio. Bolívar en Santa Marta vivió en la quinta de un ciudadano español, paradojas de la vida, Joaquín Mier y Terán, Marqués de Mier y Señor de Urbina, quien lo acogió en la quinta llamada San Pedro Alejandrino.
Cuando ingresó a la última morada, vio una pequeña biblioteca, preguntando a su anfitrión: -¿Qué obras tiene acá, señor Mier?
-Mi biblioteca es muy pobre, general- contestó Joaquín.
Bolívar echando una ojeada a los anaqueles exclamó: ¡Cómo, si tiene usted la historia de la Humanidad!, aquí esta Gil Blas, el hombre tal cual es, aquí tiene usted el Quijote, el hombre como debiera ser, hermosa sentencia.
Aún pudo enviar una carta a su prima amada, Fanny de Villar, carta que constituye una hermosa poesía de despedida. Más tarde leyendo el Quijote sentenció: “Los tres majaderos más grandes de la historia hemos sido: Jesucristo, Don Quijote... y yo”.
El 1 de diciembre Bolívar pidió un escribano, dictando su última proclama al pueblo colombiano, y otorgando su testamento, se esperaba el desenlace de un momento a otro.
Pero vivió hasta el 17 de diciembre, en prolongada agonía. El doctor Reverend estuvo junto a él hasta el crítico momento; advirtiendo su deceso, anunció: Señores, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo.
Completamente adolorido, el séquito del Libertador ingresó a la estancia donde agonizaba Bolívar, la espera fue de pocos minutos. Su muerte se produjo a la una de la tarde del 17 de diciembre de l830.
Su última voluntad fue que sus restos descansaran junto a su esposa María Teresa del Toro. En su testamento, en una cláusula dice: “Es mi voluntad, que la medalla que me presentó el Congreso de Bolivia, a nombre de aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí, en prueba del verdadero afecto que aun en mis últimos momentos profeso a aquella República”.
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