La Misa de Gallo del antaño paceño

Isabel Velasco

Una tradición muy arraigada en nuestro pueblo y en todos los países cristianos, cuya práctica no se ha perdido, gracias a que la Iglesia la ha mantenido vigente, es ¡la Misa de Gallo en la víspera de Navidad!

A principios del siglo pasado, cuando nuestra ciudad de La Paz era tan pequeña como una aldea, donde todos se conocían, los acontecimientos principales eran siempre los patrios y religiosos.

En las fiestas navideñas la actividad más atrayente sin duda era la asistencia a la “Misa de Gallo”

Todas las familias se preparaban para este acontecimiento con entusiasmo y alegría.

Los sacerdotes con los fieles más devotos y allegados arreglaban el “nacimiento”, con anticipación y esmero. Hermosos y bellos ostentaban un esplendor y lujo que ahora es desconocido. Había derroche de luces y de arreglos florales hechos con ramas de palmeras, naranjos, duraznos y otras frutas de la estación, traídas de Río Abajo y los Yungas.

Pasaban las horas… ya se aproximaba el momento de asistir al templo, las campanas de San Francisco y el esquilón de la Catedral con sus vibraciones agudas llamaban a los fieles.

La ausencia de ruidos, bocinas y motores permitía oír las campanas en todo el ámbito de la oquedad de la ciudad.

¡Campanas!, anunciando el principio de una noche alegre de paz y amor. Las familias siempre numerosas llenaban los templos tope a tope presentando una concurrencia digna de justificar los desvelos y afanes de los párrocos.

En esa época la iglesia principal era San Francisco, junto con Santo Domingo que era “la Catedral”, ya que la actual no existía todavía. Luego El Sagrario, hoy San Agustín, los Jesuitas, la Recoleta, San Pedro, El Rosario, con algunas capillas como las de los Sagrados Corazones y Buen Pastor recibían en sus naves a una multitud heterogénea, donde, por esa noche, todos eran hermanos.

La nota clásica y tradicional de la Misa de Gallo de antaño, era la de llevar animalitos al templo, ovejas, terneros y hasta burros. Los caballeros y personajes de la época se solazaban llevando gallos con la cabeza tapada.

El oficio era cantando por un solo sacerdote, acompañado por una infinidad de sacristanes, elegantemente vestidos, los demás frailes tomaban su lugar en el coro junto con los caballeros y amigos del convento, con sus grupo de cantores entrenados en el manejo de pajarillos, “chulluchullus” y tambores.

Era una misa solemne y llena de fervor. El momento culminante de la misma llegaba cuando a las doce en punto de la noche las campanillas de plata hacían su descarga acústica anunciando el “GLORIA IN EXCELSIS DEO”, ahí comenzaba la música del coro y al mismo tiempo los villancicos de Navidad, tradición que aun ahora no se ha perdido, era el momento de algarabía y se producía de inmediato, pues los caballeros que habían llevado los gallos los destapaban y ellos naturalmente al ver la luz creían que estaba amaneciendo y los “quiquiriquíes” resonaban en todo el templo.

Al oír el canto de los gallos, los corderos balaban y los burros que también habían sido destapados rebuznaban para producir la alegría más grande, dando cuenta que había nacido el Redentor.

A continuación todos se abrazaban, el sacerdote empezaba las felicitaciones con los sacristanes, contagiando a toda la multitud reunida; los padres abrazaban a sus hijos, los abuelos a sus nietos, los amigos lo hacían con los amigos y los enemigos por “esta especial ocasión” se abrazaban en un saludo de “paz momentánea”, que seguramente sería rota al día siguiente, cuando el odio político nuevamente se impondría al amor cristiano y el ruido pacífico del canto de los gallos sería sustituido por el redoble de los bastones en el tongo del enemigo.

Seguidamente se reponía la solemnidad de la misa y al finalizar, cuando todos salían al atrio de la iglesia, se repetían los abrazos de quienes se conocían. Terminadas las felicitaciones, todos corrían hacia sus coches, “victorias y calesas” para ir a sus hogares, donde les esperaban el nacimiento que ellos habían preparado con tanta devoción. Por otras partes se veía a gente apresurada retornando a sus hogares ¡para adorar al Niño Dios!

Tiempos bellos, de fuerte tradición cristiana, nuestros antepasados no necesitaban del pavo, del champán o de la obligación de dar o recibir regalos para disfrutar de la paz del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

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