El Papa Francisco, preocupado por el descenso de los valores de la política en la mayoría de los países, expresó que “la corrupción ataca a los políticos que, hoy como siempre, buscan tener más dinero para contar con más poder. Se explota hoy a las personas y es la historia de la trata, del trabajo esclavo de la pobre gente que trabaja en negro con el salario mínimo para enriquecer a los poderosos”.
La Iglesia, especialmente en las últimas décadas, ha visto que la pobreza ataca seriamente a los más pobres y ha condenado la conducta de políticos que, haciendo caso omiso de las urgencias y necesidades de los pueblos, han acumulado riquezas con el fin de contar con más poder. Esta es la historia que se repite normalmente y que, en muchos casos, se hace incontenible. La corrupción, que cuenta con muchas caras y caretas, se encuentra en gobiernos que olvidan los principios elementales de honestidad y responsabilidad en el manejo de los dineros que pertenecen a los pueblos y que deberían servir para el logro de mejores condiciones de vida.
Las políticas, cuando adquieren condiciones de corrupción, atentan contra la seguridad y vida de las personas porque, de una u otra manera, son propugnadoras de los males que padecen los más pobres. Muchas veces, las intenciones más limpias y propicias para superar altos índices de pobreza, se prostituyen tan sólo al calor del poder que busca más poder y no trepida ante nada con tal de lograr objetivos que se hacen subalternos y sólo determinan males mayores.
La corrupción, cuando ataca a las políticas que buscan el bienestar de los pueblos, no hace discriminación alguna y consigue, entre sus primeras y últimas víctimas, a los más pobres, a los necesitados de alimentos, medicamentos y condiciones dignas de educación y salud; ataca a los más esperanzados en que, finalmente, se hagan realidad los buenos anuncios que, lamentablemente, se convierten en ciegos instrumentos que determinan más miseria, más dependencia y frustran esperanzas.
Muchas veces ha ocurrido que medicamentos y alimentos donados por organismos internacionales o países con sentido de solidaridad, han sido vendidos para beneficio de la misma corrupción. Programas de cooperación han sido confundidos con intenciones de “intromisión en asuntos internos” de los países recipendiarios. La misma Ley 480 de los Estados Unidos que disponía el uso de todos sus excedentes de producción alimentaria para cooperar con los países pobres, muchas veces ha sido mal utilizada y resultó fuente de más enriquecimiento para los poderosos. Así, países como Somalia y muchos del continente africano han visto que se dispuso arbitraria e inhumanamente de importantes partidas de alimentos y medicinas por parte de quienes, con el uso de las armas han hecho de las guerrillas su modo de vivir para consolidarse en el poder que detentan por la acción de la fuerza.
Condenar las políticas de corrupción es, pues, labor que se ha impuesto el Papa como parte de su misión pastoral que busca el bien de todos los pueblos.
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