[Armando Mariaca]

Pasión y muerte de Jesús para vida de la humanidad


En más de dos mil años, la humanidad recuerda la vida, pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, que entregó Su vida en pro de la vida de la humanidad de todos los tiempos. El mundo cristiano rememora el sacrificio de Jesús en aras de asegurar vida para todos con un sufrimiento que no empezó ni terminó con Su muerte sino con la vida de generaciones que debieron comprender la grandeza de Su vida y muerte.

El mundo cristiano vive y siente el amor infinito de Dios que no vaciló en entregar la vida de Su hijo para salvar a la mayor obra de Su creación, el hombre. Permitió el Señor que Jesús viva durante treinta y tres años las mismas experiencias y sensaciones del ser humano, que sea testigo de sus flaquezas y pecados, de su soberbia que es pecado capital que lo pierde; vivió y experimentó los diversos pasajes bíblicos y comprendió cuánto necesitaba la humanidad de Su sacrificio hasta la muerte en Cruz y cuánto significó para todos Su resurrección.

Si Cristo no hubiese muerto y resucitado no sería Dios ni Hijo de Dios Padre y el mundo estaría condenado por la eternidad a vivir y padecer las consecuencias de sus pecados. Cristo redimió al ser humano y su redención tuvo varias connotaciones porque Su muerte tuvo la antesala de sufrimientos de toda índole: burlas, torturas, latigazos, una corona de espinas, una lanza en Su costado y una sed que lo devoraba y que se hizo más cruel y amarga con el vinagre que se le dio a beber.

El hombre de todos los tiempos, si bien reconoce el sacrificio supremo de Jesucristo, no lo ha valorado en debida forma y persiste en los caminos que lo llevan a su destrucción: amigo fiel de costumbres hedonistas, propenso siempre a los enfrentamientos y las guerras para satisfacer las exigencias de su soberbia; egoísta y abusivo con lo que tiene y no quiere compartir con miles de millones de habitantes del planeta que sufren por la pobreza y la miseria. La soberbia del ser humano, especialmente de quienes tienen poder político, económico, social o de cualquier naturaleza, pretende colocarlo en posición superior al mismo Dios y no quiere entender que ello lo llevará a su perdición y no por obra o decisión del Creador que es todo amor y misericordia sino por obra del mismo hombre que a través de los siglos se ha convertido en el peor enemigo del hombre.

Quienes poseen poder político, poder generalmente otorgado por los pueblos, olvidan que su misión es vivir con amor y humildad al servicio de su pueblo para lograr una vida digna y justa. La soberbia, mal inicial de todos los pecados capitales, incita a los poderosos a las acciones más ruines y los hace olvidar que Dios vivió y murió justamente para evitar que esa soberbia se imponga sobre virtudes y valores del ser humano. Vivió, murió y resucitó para asegurar mejor vida a todos, pero el hombre en su ignorancia y obcecación por el mal, tiene propensión a las guerras y a terminar con la vida, suprema creación de Dios, y no quiere ser co-autor, conjuntamente el Creador, de mejores condiciones de vida con la práctica de la humildad, la caridad, el servicio, el amor incondicional y la vocación por el bien común. Desde el nacimiento de Jesús en un humilde pesebre de Belén, Dios proclamó paz para todos los hombres y con esa paz el reinado del bien y el destierro del mal; sin embargo, el mismo día empezó una nueva etapa en la maldad del hombre al disponer que todos los niños inocentes sean sacrificados como una especie de premonición a lo que esperaba al Salvador Jesucristo.

Por todo ello, el Viernes Santo, como todos los días del año y muy especialmente los días en que se recuerda la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, se hace más necesaria la unidad entre todos, el abandono de lo que destruye la vida y las ansias de ser mejores. Son días de oración y entrega, de formular propósitos que se cumplan; días en que es preciso abandonar posiciones que buscan diferencias y marginamientos de una parte de la población; son días en que el recogimiento de las conciencias debería acogerse a la bondad y misericordia de Jesús para recorrer caminos de concordia y unidad, para abandonar posiciones que humillan, lastiman y destruyen virtudes y valores; días de entrega a causas nobles que están reservadas a todos los hombres; días en que el dolor se troque en dicha y esperanzas tomando conciencia de paz y concordia entre todos; días en que gobernantes y gobernados deben proponerse caminar por sendas que construyan, fortalezcan sentimientos y muestren que lo sufrido por Jesús no debe repetirse en la vida de los pueblos mediante guerras y enfrentamientos, con pobreza y hambre y las pésimas condiciones de salud; días en que se tenga como premisa la educación de niños y jóvenes en planos de virtudes que se hagan valores; días de concordia y armonía para que entendiendo y viviendo lo que significa todo el sacrificio de Jesús, sea el inicio para desterrar lo que separa y destruye, lo que desune y crea obstáculos en la vida; días en que se entienda que el hombre como hijo de Dios está obligado a vivir para ser merecedor de la vida eterna garantizada por Jesús con Su muerte y resurrección.

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