Algo más que palabras
Cuando la verdad se torna débil o inexistente, para defenderse hay que pasar a la acción. Por eso, hoy más que nunca, hacen falta fuerzas de habilidades defensoras, injertadas con diplomacia preventiva, para que esta atmósfera que padecemos de disturbios políticos, de violencia e impunidad que sufrimos por todo el planeta, cese de caminar en las tinieblas, y volvamos a propiciar la confianza necesaria que nos conduzca al goce del sosiego y al disfrute de los derechos humanos entre todas las personas. Ciertamente, la verdad no radica en la parte que grite más, sino en aquella ciudadanía, que dentro de los límites del orden moral y del bien colectivo, manifiesta el deber de vivir con dignidad y de buscar cada día con mayor profundidad y amplitud, horizontes de esperanza a compartir.
Asfixiar la voz de los ciudadanos, reducirla a un silencio forzado, es a los ojos de la autenticidad un ataque contra la propia conciencia de la especie humana, una violación a la estética del mundo, a su armonioso orden, tal como su propio derecho natural lo ha establecido. De ahí la importancia de conversar mucho, si en verdad queremos fortalecer y coordinar mejor las acciones de consolidación de la paz, algo que a todos nos interesa para la construcción de un orbe armónico y sostenible. En consecuencia, se precisa muchas fuerzas defensoras, pues hasta defender a la naturaleza es defender a la ciudadanía. Aunque soy consciente de que con frecuencia se relativiza la verdad, lo que origina un riesgo fatal de caos y absurdos como hasta ahora no se había conocido.
Esta es la dura y torpe realidad que nos encamina cada día un poco más a una deshumanización sin precedentes. A propósito, la ONG Amnistía Internacional en su informe anual, indica precisamente que 122 países practicaron la tortura o el maltrato y 29 obligaron ilegalmente a personas refugiadas a retornar a países donde corrían peligro. ¿Dónde está nuestra capacidad de amor y acogida? El ratón Pérez se la ha llevado consigo, desde luego que sí.
Indudablemente, en esta falta de humanidad el permisivismo moral gobierna por todos los rincones. Convendría, por ello, activar formas de vida más profundas, en el sentido de reconciliadas, para que pudiéramos abandonar estas formas de indecente mercado, donde todo se compra y se vende, donde nada se dona ni se participa. Cuando menos sería saludable interrogarnos cada cual consigo, que nadie se lo omita de su plan de vida, para poder crecer interiormente, pues en una discusión, lo complicado no es hacer valer nuestra opinión, sino conocerla, observarla, reconocerla y también reconocerse en la idea.
Téngase en cuenta que hoy los astutos planes de destrucción te los encuentras en cualquier esquina, de manera solapada, como si fueran buenas acciones lo que es verdaderamente cruel. Pongamos por caso, la explotación física, económica, sexual y psicológica, que muchos moradores de todas las edades y cielos, sobrellevan con resignación.
Sostenidos por los ideales de nuestros espacios interiores, por nuestros principios humanos y valores compartidos, todos podemos y debemos levantar el estandarte espiritual de la unión, la energía fusionada, la visión liberadora de lo que somos, más poema que cuerpo, más ilusión que desilusión, más luz que sombra en definitiva. Es cuestión de que sepamos mirar y ver, para poder discernir lo genuino de lo adulterado.
Hablar de corazón a corazón implica no sólo arder en la poesía, también iluminarse, pues al igual que los mayores enemigos de la libertad no son aquellos que la destierran, sino los que la censuran, también los mayores inhumanos no son los predicadores, sino los que dialogan con su pueblo con el abecedario del engaño. Con razón también se dice, que no hay mayor mentira que la verdad mal entendida. Lo cierto es que los ferrocarriles de la farsa nos cruzan por todas partes. Y así vamos; sin frenos y a la ventura, para desventura nuestra.
El autor es escritor.
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