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Desde que los medios propalan la información más guardada por el cogollo del gobierno, el riachuelo informativo crece de manera descomunal y se vuelve un torrente que el gobierno no logra frenar. En la mayoría de los hogares bolivianos no se habla sino de la joven que tuvo un bebé con el presidente, que si no lo tuvo, que si está aquí, que no está, que no se lo puede ver, que solo se lo verá fuera de Bolivia, donde se encontraría para preservar su seguridad; que al concebir era adolescente; no, que era mayor de edad; que el niño nunca existió; en fin, que es una conjura digitada por “la derecha” y “el imperio” que lograron ingresar a los ámbitos más privados de la primera figura nacional.
La cuestión agota. ¿Cuál es la verdad?
El tema se vuelve obsesivo para muchos bolivianos. Pocos parecen dudar que, frente a la información ofrecida por el gobierno y sus múltiples voceros, hay más gente que le cree a Gabriela Zapata, la joven que, después de conocer al presidente Morales y tener un hijo con él, hizo una carrera meteórica hasta las cumbres empresariales bolivianas.
Tras hacer saber que posee información comprometedora, resultado del idilio con el presidente y sobre quiénes serían los que en verdad traficaron con influencias (un eufemismo sofisticado del “cuánto hay pa´ eso” venezolano), la joven ha sido trasladada del penal femenino de Obrajes, en La Paz, a otro de alta seguridad en la zona de Miraflores. Allí los periodistas no tendrían acceso.
En una amplia declaración a una reportera (ANF), la detenida dice: “Voy a demostrar quiénes son los mayores traficantes de influencias en este país. Usted fíjese solamente en la persona que más me acusa”. Algunos investigadores proponen un “acusómetro” para resolver el acertijo planteado por la expareja presidencial. Ella misma ofrece pistas cuando apunta al ministro Juan Ramón Quintana y, al salir de una audiencia judicial días después, asegura: “Él ha armado todo esto”.
Toda la atención del país está enfocada en el culebrón, que no es eclipsado por eventos de trascendencia. Ni los actos del Día del Mar y ni la controversia del Silala le quitan brillo.
Algunos comentan que en un continente donde los amores furtivos indebidos suelen desplazarse con facilidad hacia la escena política, la aventura amorosa del presidente no es una singularidad.
Que lo diga, desafían, Alejandro Toledo, quien en 2002, al cabo de años de sortear demandas Judiciales para que reconociera a una hija, acabó por aceptar su paternidad. El clamor peruano por una actitud hidalga, dobló su negativa pertinaz y reconoció a la adolescente que entonces tenía 14 años. Todo en medio de un remolino que había despeñado su popularidad y ponía en riesgo la estabilidad del país. Abrumado por el índice acusador de gran parte de la sociedad peruana, la aprobación de Toledo se hundió hasta el 6%, uno los porcentajes más bajos de la historia democrática de ese país.
En el sur del continente, los historiadores argentinos han hablado y escrito a raudales sobre Nelly Rivas, la “amante-niña” del Gral. Juan Domingo Perón, de quien se enamoró a los 14 años. El idilio nació un año después de la muerte de Evita, durante una visita a la residencia presidencial de un grupo de la Unión de Estudiantes de Secundaria de la que Nelly Rivas formaba parte. Del encuentro fugaz surgió el romance cuya evocación acompañó al líder argentino hasta su muerte, en 1974. Tras el golpe militar que lo derrocó en 1955, la amante adolescente fue perseguida y enviada a un asilo de prostitutas y el general seductor acusado de estupro por las nuevas autoridades.
Los productores de la serie nacional omiten revelar detalles clave de la trama pero aseguran que los próximos capítulos no decepcionarán a la audiencia.
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