El diccionario que define las acepciones de las palabras designa al agravio como la ofensa que se hace a uno en su honra o fama, y en la primera pleca se enriquece el concepto como el hecho o dicho con el cual se hace esta ofensa y como perjuicio que se ocasiona a alguien en su honra, siendo la honra el signo exterior del reconocimiento de alguna preeminencia en otro de la alta interior estima hacia su persona, llamada respeto, en sí la más alta acción de honrar externamente. El más excelente objeto de la honra es la probidad moral, honorabilidad y la honradez, y cuando una persona encuentra alta estima moral en un círculo social capaz de juzgar, se dice que goza de buena fama.
Nos ayuda el diccionario a sopesar lo que es ofensa como daño o injuria, sin hacernos ver el efecto que el daño produce y la injuria que actúa como un hecho o dicho contra la razón y la justicia. Contra la razón actúa la injuria, significando el argumento o demostración con que se prueba algo, obteniendo como corolario que, en la comunidad de nuestra cotidianidad, nunca los agravios y los daños a la honra y a la fama pueden ser probados: basta solamente retractarse y publicar la retractación para evadirse de una verdadera reparación. Aunque la propia acción nos dice en otra pleca la obligación de desagraviar y satisfacer al presuntamente ofendido, que no es suficiente ni lo será nunca, pues la honra y la fama dañados irracionalmente, por su naturaleza subjetiva, no vuelven a reconstituirse en su estructura original, antes del agravio.
Rencilla de la que queda el encono como madre de vino que vive indefinidamente, si no nos esforzamos a penetrar en la profundidad del perdón que nos encamina a la remisión de la pena merecida o de la deuda, injuria o pecado y en la primera pleca es la indulgencia a las penas debidas por los pecados.
Este enfrentamiento interior que debe dilucidar todo ser humano en su interacción con el prójimo es un proceso inextricable que aspira a decantar en el perdón con olvido, entendiendo esta acción sublime, en su primera acepción, como la falta de memoria o cesación de la que se tenía de una cosa y en la primera pleca nos traslada a la acepción de descuido de una cosa, la que se debía tener presente. Obsérvese que en esta última acepción se utiliza el imperativo “deber tener presente”, lo que magnifica aún más la dificultad de perdonar con olvido; fase de inicio de la confrontación entre la conciencia moral y la fuerza de la pasión que asigna vida a todos los actos de los humanos. Y a la pasión, para que no nos precipite en lo irracional e ilícito, hay que identificarla y dominarla.
El diccionario puede ayudarnos significativa y eficientemente en la intelección de perdonar con olvido, para ello es necesario profundizar y enlazar cada concepto que se arrima cuando buscamos la acepción anterior, aplicando la exhaustividad que infiere agotar el esfuerzo por completo, que es una entelequia, pues solo nos aproximaremos a la perfección del concepto o al encuentro del raciocinio como actividad del pensamiento, por lo cual, de la afirmación de una acepción se pasa a afirmar otra, en virtud de la acción de entender como resultado de una digresión intelectual de la exhaustividad.
La fuerza concluyente o consecuencia del raciocinio está estructurada por la conexión de los conceptos en la búsqueda de la verdad o el logro de la paz de la conciencia después del agravio o injuria.
El autor es Abogado Corporativo, postgrado en Arbitraje y Conciliación.
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