Hernán Maldonado
El vídeo estremeció al mundo. Ocurrió a plena luz del día en Catia, una populosa urbanización cercana al Palacio de Miraflores, centro del poder político de Venezuela. Un hombre joven quemándose a lo bonzo, ante la indiferencia de los transeúntes.
El joven aparentemente fue encontrado robando. Sus captores lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego. Daba la impresión de que estaba bajo fuerte influencia del alcohol o de estupefacientes. Trataba de incorporarse y caía en medio de la calle, una y otra vez. El fuego en sus espaldas y los hombros alcanzaba sus cabellos, su rostro. No tenía idea de lo que le estaba pasando. El tránsito de vehículos fluía con normalidad. La brutal escena se agravó repentinamente. Un transeúnte pasó sin inmutarse al lado del hombre envuelto en las llamas…
En los 17 años del Socialismo del Siglo XXI, bajo el régimen chavista, en Venezuela fueron aplicados 21 planes de seguridad. Ninguno funcionó. El ex alcalde Freddy Bernal, uno de los hombres de mayor confianza del fallecido Hugo Chávez, pidió el pasado fin de semana “militarizar” los barrios de Caracas.
Una estupidez, porque el problema de la inseguridad no solo es en los barrios, sino en todos los rincones del país. Paradójicamente, Bernal fue quien el 2002 armó a los “círculos” bolivarianos para defender la “revolución”, tras el breve derrocamiento de Chávez.
Cuando los “círculos” alcanzaron la mayoría de edad, se convirtieron en los “colectivos”, grupos de choque del chavismo para disolver manifestaciones opositoras y para apalear y hasta matar a quienes rechazan el autoritarismo gobernante.
Con el visto bueno de los altos jerarcas del chavismo, los colectivos (son el cuerpo armado del proceso para defender la revolución, proclama la ministra de Prisiones, Iris Varela) devinieron en organismos difíciles de manejar por el propio chavismo. Su vigencia ilegal fue alentada de tal modo que aparecieron bandas criminales bajo los nombres de Tupamaros, Alfaro Vive, La Piedrita, etc.
Alguna vez quisieron incendiar Globovisión, una de las televisoras que por entonces era opositora del régimen. El escándalo fue tal, que el propio Chávez “ordenó” la detención del líder de La Piedrita, Valentín Santana. Nadie le echó manos. Peor todavía, el sujeto apareció en fotos al lado del diputado chavista Robert Serra, junto con niños portando ametralladoras AK47 en la populosa barriada del 23 de Enero.
El auge de la inseguridad, según datos de organismos de derechos humanos, ha ocasionado en 17 años la muerte de un cuarto de millón de venezolanos. Hay quienes creen que la luz verde a estos grupos fue dada desde el propio gobierno como una manera de mantener a los venezolanos en sus casas desde el anochecer. Una especie de Estado de Excepción no declarado.
Ahora, cuando se agotaron los fondos para mantener esos grupos de choque, la lógica de sus integrantes parece ser: Si en el gobierno roban a manos llenas, ¿Por qué no he de robar yo?
Indudable evidencia del Estado fallido. En Venezuela no funcionan las instituciones (ni siquiera la Asamblea Nacional, ahora en manos de la oposición, porque sus decisiones son anuladas por el oficialista Tribunal Supremo de Justicia). En realidad no existe autoridad. ¿Será por esto que el presidente Barack Obama pidió para Venezuela un “gobierno legítimo”?
Las estadísticas ahora suman otro renglón: los linchamientos. Desde fines del 2015, se producen al menos 2 por semana. La gente decidió tomar la justicia por sus manos y no solo en los barrios, azotados por el hampa, sino en urbanizaciones caraqueñas de clase media como Altamira y La California. ¡Dios nos coja confesados! (viejo refranero venezolano).
El autor es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.
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