[Isabel Velasco]

Los hijos del Celeste Imperio en La Paz


Por 1809, año de la Revolución del 16 de Julio, sentaron reales en nuestra ciudad cinco hijos del Celeste Imperio, Kwong Sang, con su gran tienda de sedería, parasoles, cohetillos y té de la China en la calle del Comercio No. 21.

Chin-Fu tomó posesión en la calle Socabaya número 50 y 52 con un bazar de artículos chinos, cristalería, loza, porcelana, artículos de fantasía, juguetes y agua de Kananga. Todo procedente absolutamente de Pekín, Shanghái y Cantón.

Lee Weng poseía un almacén de abarrotes, cuya especialidad era la venta de arroz de Java y el té de Ceilán. Su tienda estaba instalada en la calle Mercado No. 177.

El cuarto emigrante amarillo, Lee Tong Chu, tenía un restaurante en la Calle Recreo, distinguido con el llamativo nombre de “Fonda Pekín”, allí él ofrecía los platos de su “especialidad”, arroz con mondongo y caldo de hígado, costillas de cordero, estos platos valían 10 centavos. Anunciaba igualmente en su pizarra “chin-chu-lines” y “chifa con arroz chaufa”.

El quinto y más famoso de todos fue un farsante, charlatán y faramalla (como los “phakphakus” de hoy, quienes deambulan por nuestra ciudad ofreciendo pomadas y jarabes para curar toda enfermedad), el “doctor Lang Tang, Hijo del Celeste Imperio”, como así rezaban los anuncios en la prensa y en los boletines de propaganda que hacía repartir, ofreciendo curar cuanta enfermedad se conocía en la época.

“Lang Tang” tuvo gran aceptación y clientela numerosa en su consultorio de la calle Sagárnaga esquina Murillo. Reloj en mano tomaba el pulso, una mirada al saque de lengua y otra a los ojos eran bastantes para saber si el paciente padecía de neuralgias, cólicos misereres, mal de Zambito, muermo, zartan, tabardillo, tiricia, colerina, aceidas, consunción o pleurodinia, las cuales eran las enfermedades de “moda” de entonces. Él mismo preparaba las pócimas, brebajes, jarabes y menjunjes para administrar a sus enfermos, recetando a diestra y siniestra cataplasmas de linaza, sinapismos, ladrillos calientes y fricciones con alcohol, especialmente esencias de trementina, enemas emolientes laudanizadas, acidulados de almidón, gotas de láudano, y mucho más.

Los jarabes que recetaba venían acompañadas de un rollito de papel pergamino con caracteres chinescos que entregaba a sus visitantes diciendo:

Lay... ¡Lay es una olacio pala Confucio pala culalte!

La clientela crecía y Lang Tang cobraba en proporción a su fortuna, ganando fama y dinero en poco tiempo.

Los médicos paceños viendo mermar su clientela y sobre todo sus ingresos, elevaron el grito al cielo y obligaron al Protomedicato intervenir en este asunto, presentaron el caso ante los tribunales ordinarios pidiendo una investigación de los antecedentes de este personaje. La justicia pronto tomó parte en el caso, exigiendo al “chino falsante” sus títulos profesionales.

“Lang Tang” respondió con una nota y algunos papeles escritos en chino, los médicos se quedaron en ayunas y la Secretaría del Protomedicato no tuvo más remedio que archivar la nota.

Mientras este chino hacía de las suyas y llenaba sus bolsillos con la ingenuidad de la gente, el Colegio Médico haciendo las pesquisas del caso descubrió que él no solamente no era médico titulado, ¡sino que en su vida había sido ni ayudante de enfermería!

Corrieron las diligencias ante el juzgado del Dr. Benjamín Hennings, hasta que un día de esos se presentó ante el gabinete del chino don Urbano Vargas, auxiliar de juzgado, hombre muy conocido y muy popular en los tribunales de justicia, sus amigos y enemigos lo llamaban: “Chichilo”.

El mismo portando el correspondiente cedulón y apoyado por dos policías armados, se fue a enfrentar al chino, quien lo recibió afablemente y creyendo que era un nuevo cliente lo sorprendió diciéndole: “Ah, ute tenel hígado malo… una semana yo culal… ute tomal mucho licol”.

Dicen que la colerina subió a las narices del “Chichilo” y furiosamente le respondió: “Lo que tengo es un cedulón de prisión contra usted, por ejercicio ilegal de la medicina”.

El chinito sin perder la calma le respondió: “¡Yo quejal al glan empeladol de la China Lee Hung Chang!”.

El flemático “Chichilo” haciendo cumplir la ley al pie de la letra lo hizo jalar de la trenza y lo condujo a prisión.

Finalmente fue llevado a la justicia. Mas ante el asombro de los médicos locales, centenares de personas se opusieron al cierre del consultorio del “embaucador” en una manifestación frente a los tribunales, pidiendo inclusive garantías para que se le deje ejercer libremente su profesión.

Pudo más la ley y la cordura, los médicos se impusieron haciéndole salir del país.

Efectivamente, este chino no había sido médico ni cosa parecida, pues poco después de su deportación fue visto por las calles de Arequipa ya no como médico “intelnacional” sino vendiendo platos en el mercado de San Agustín de aquella capital.

Con su salida la ciudad tomó su ritmo normal de vida, los médicos, quienes entonces oficiaban “también” de honorables y respetables consejeros, recobraron la confianza del pueblo, sin dejar de recordar jamás el susto que les dio “El doctol Lang Tang”.

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