La sostenida dependencia económica y política de Bolivia (antes Kollasuyo y después Alto Perú) ha sido motivo de permanente preocupación de sus habitantes y representantes políticos y no deja de serlo actualmente. En los dos últimos siglos, Bolivia pasó de la dependencia incaica a la de España e Inglaterra y finalmente a la de Estados Unidos que duró con creciente importancia hasta fines del siglo pasado. Sin embargo, ese proceso no ha concluido y, al parecer, los intentos de liberación en todo sentido, tienden nuevamente a esterilizarse y determinar situaciones aún más embarazosas.
En efecto, durante lo avanzado del Siglo XXI, la dependencia de Bolivia en relación con potencias occidentales empezó a virar de eje y ahora se produce en torno a una naciente potencia asiática, la república China, realidad que merece creciente interés de parte de los políticos y economistas bolivianos que ven en ese fenómeno una serie de características positivas y negativas.
Los datos numéricos en torno a aspectos comerciales y no menos políticos de Bolivia con China han adquirido relevancia durante el último decenio, como se revela, en particular, con las relaciones económicas, lo cual significaría que existe un ritmo de hechos que consolida tipos de relaciones asimétricas y de indudable dependencia. El aspecto inmediato más notable es que el saldo comercial de Bolivia con China es negativo y ha ido creciendo desde el año 2008 hasta alcanzar en 2015 la cifra de 1.282 millones de dólares. A eso se suman poco menos que gigantescos créditos como para adquirir el satélite, el de 7.000 millones para infraestructura, etc.
Pero ese dato genérico, sin bien en nebulosa, pasa a convertirse en alarmante a medida que pasa al aspecto concreto. Efectivamente, Bolivia exporta a China principalmente algunos minerales y, en cambio, importa de ese país alrededor de ¡4.000 productos industriales! Nuestros mercados de consumo ya solo se abastecen de artículos industriales asiáticos y no de nacionales. Es más, la presencia de esa producción está dando muerte no solo a industrias grandes sino también a las pequeñas o de artesanía indígena. Es más, la población boliviana se está acostumbrando a consumir productos chinos y despreciar lo que es de la tierra. Todo es importado.
Pero la dependencia respecto a la potencia china, se expresa en los préstamos en créditos sin intereses o bajo interés o memorándums de intenciones que han abierto camino para que empresas chinas incursionen en los sectores más importantes de la economía nacional y conducen al país asiático a convertirse en el principal acreedor bilateral, con 77 por ciento de la deuda. Asimismo, grandes conglomerados chinos realizan en nuestro país proyectos por alrededor de 2 mil millones de dólares, un equivalente al 6 por ciento del PIB y se han convertido en los mayores contratistas del Estado, con la particularidad que resultan ganadores de licitaciones, con casos en los que se adjudican proyectos de manera directa (“llave en mano”), como en el caso CAMC por 500 millones de dólares.
Sin entrar a menores detalles, el paso de la dependencia colonial económica y política de Bolivia de potencias occidentales a orientales puede tener características notables para el futuro y es necesario evaluar oportunamente.
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