Algo más que palabras
I
El mundo vive un tremendo caos. A veces da ganas de huir ante la multitud de fracasos. La inestabilidad y la incertidumbre parece ganarnos la batalla, a pesar de tantos avances científicos y de tantas formaciones vertidas en tecnologías. Lo cierto es que cada día, nos levantamos con nuevas riadas de desconsuelos que dejan al planeta sin vida; y, lo que es peor, sin expectativa. La desbordante xenofobia, que nos acorrala en estos tiempos de división como jamás, nos resta fuerza para trabajar unidos. Europa, que debería hacer frente común a la crisis de refugiados con humanidad, está sumida en una fuerte crisis, tras el referéndum en el que el Reino Unido decidió abandonar el vínculo de unión europeísta, que no es otro, o al menos no debiera serlo, que un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la armonía y la comunión entre todos los pueblos del continente. A este panorama de separación, hay que sumarle el afán delictivo, donde las organizaciones se acrecientan por todos los continentes, sembrando odios y venganzas por doquier, lo que agranda multitud de enfrentamientos. Tanto es así, que necesitamos desesperadamente reencontrar otros horizontes más pacíficos, o si quieren más justos, para poder asentarnos y respirar profundo.
Este caos de irresponsabilidades que sufre buena parte de la especie humana no puede continuar por mucho tiempo. Cualquier ciudadano debe reivindicar algo tan básico como la dignidad. Los derechos humanos son algo inherente a nuestro espíritu, y no pueden ser destruidos con múltiples violencias y discriminaciones. Mal que nos pese, esta tremenda desigualdad entre unos y otros, es un desafío frontal a los principios democráticos. Por consiguiente, la libertad de acción es un signo de progreso. No se puede impedir la reacción frente a tantos abusos, casi siempre propiciados desde un poder interesado que no permite la participación cívica de sus ciudadanos.
Cuando las sociedades excluyen y no son inclusivas, cuando los gobiernos gobiernan para sí y los suyos, la prosperidad no llega a buen destino. Sin duda, debemos hacer mucho más por la ciudadanía en su conjunto, por las miles de millones de personas desfavorecidas, marginadas, desempleadas, e incompresiblemente frustradas. Seguir en este desconcierto, sin escuchar los corazones de tantos afligidos que llaman a nuestra puerta, es verdaderamente decadente. En lugar de encender el discurso de enemistad, hemos de escucharnos mucho más, sólo así puede nacer un auténtico raciocinio solidario, en el que la humanidad comience a ser nuestro motor de convivencia.
En efecto, yo también me niego a seguir recibiendo órdenes emanadas de comportamientos caóticos por muy populistas que sean. Todo en esta vida ha de sujetarse a normas que dignifiquen al ser humano; dicho de otra manera, a todos nos incumbe por igual nuestro futuro armónico; y, esta concordia, realmente germina de las pequeñas cosas que nos injertan ilusión. Por eso, lamento que los irresponsables utilicen las marras del poder para acallarnos y no presten atención a la voz que tienen las personas en cómo se las gobierna, un imperativo que se halla en la propia razón democrática.
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