Los recursos de la política son múltiples, especialmente cuando se los utiliza para fines estratégicos. Auscultando opiniones de entendidos en la materia y razonando individualmente, en algunas de tales ocasiones exige acuciosidad, como también desconfianza aceptar incautamente algunos anuncios.
Esto sucede, al menos, cuando se ha acumulado ya muchas experiencias sobre la conducta política del Gobierno actual. Más de una vez han motivado satisfacción y aplauso, pero en la mayor parte de estos casos, por lo menos algunos, si acaso no los más, se han sentido defraudados o por lo menos burlados en su buena fe.
La semana pasada ha ocurrido lo que nadie imaginó, que el presidente Evo Morales hubiera anunciado que gobernará solo hasta 2020, porque “me han rechazado”. La sorpresa fue grande, en realidad nadie la esperaba.
Todos tenían presente que en más de una ocasión, el propio Morales y sus colaboradores inmediatos, recibieron con desagrado el resultado del referéndum del 21 de febrero, al haber rechazado la consulta que se formuló en sentido de si se habilitaba o no al mandatario para volver a postularse para la gestión 2020-2025.
Incluso una y otra vez se habló de insistir en otro referéndum o buscar otros medios, supuestamente legales, para que Morales pueda cumplir un quinto mandato de gobierno. El primero constitucionalmente legítimo, el segundo aplicando el anexo de la Constitución que autoriza una reelección. Y los otros dos, al margen de la legalidad. Al quinto se le quiso dar este carácter, pero la mayoría ciudadana no aceptó.
A modo de descalificar el pronunciamiento de febrero, incluso se quiso descalificar a las redes sociales, porque habrían sido ellas las que hicieron la campaña por el NO. A pesar de que esos medios de opinión tienen influencia, sorprendía que se les atribuyera la responsabilidad del resultado y las descalificaran como una sucia campaña política.
Con esos y otros antecedentes parecidos, el régimen insistía en que Morales de todas maneras iría a su tercera reelección legal para continuar ejerciendo el poder hasta 2025. Pero algo más, se habló partidariamente de que el MAS llegó a conducir el país para quedarse por siempre.
Entonces, cómo creer que la declaración presidencial de la semana pasada es cierta y definitiva. Con los antecedentes anotados, por lo menos suscita la duda. Algunos creyeron que es una decisión veraz y quizás acertaron. Sin embargo, en otros queda la duda. Más todavía, la sospecha de que se trata solo de una estratagema política. El tiempo dirá la palabra final.
Pero, entretanto, hace suponer que es un artilugio para “movilizar” a las masas presuntamente adictas al oficialismo, para “inducirlas” a rechazar la pretensión presidencial y presionarlo, con sus “movilizaciones”, para que desista de la “errada decisión”.
Al mismo tiempo, no faltara quien le haga pensar que fue una estratagema. De ser así, cada quien tendrá pleno derecho a calificarla de haber sido una “genial” idea o de simple y llanamente que ha sido una estratagema política más del régimen imperante.
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