Ignacio Vera Rada
No lo es, en absoluto.
El párrafo primer de este artículo consta de una oración corta nada más, y hemos comenzado contestando la interrogación con una respuesta tajante.
Varios sofistas de la Historia y muchos estudiadores de su teoría en la carrera de Historia de la UMSA -carrera en la que yo estudio- se indignan y exasperan hasta lo injustificable cuando se les dice que la Historia no es ciencia. Y no lo es, aunque duela. Os diré el porqué.
Un sinnúmero de personas cree -o quiere creer- que un campo del saber para ser ciencia requiere nomás de un método riguroso para la investigación y elaboración de nuevos aportes al conocimiento de ese campo. Y vaya que el historiador formal y sensato sí necesita un laborioso trabajo previo de recopilación de datos y documentos para luego sistematizar su material en su obra u aporte. Aquél mayoritariamente es el positivista, y es el que defiende a rajatabla la idea de que tal proceso lo hace un científico indiscutible.
Una ciencia solicita leyes y criterios definitivos cual existen en un tratado de geometría o biología. Y es a partir de estas leyes y criterios que se establece deducciones que fatalmente terminarán ocurriendo, leyes y criterios que, además, pueden ser verificados. La Historia no fue ni será una ciencia, a despecho de comptianos o de leedores de Hipólito Taine. La Historia no se repite, no es cíclica, y no lo es sencillamente porque el ser humano y sus impulsos, protagonistas y actores principales, son tan complejos como la infinidad del cosmos. En este sentido, la Historia es impredecible, y algo que no pueda dar indicios a la percepción o augurio no puede aspirar a ser ciencia. Si la Historia estuviese gobernada solamente por la naturaleza, que encierra ésta muchas ciencias y que tiene patrones de cambio casi inmutables, podría llegar a ser un campo científico; no es así sin embargo.
El más positivista, empírico, objetivo y materialista de los historiadores pecará de apasionamiento y su pluma o verba verterá emociones o sentimentalismos; ¡ésa es la esencia del ser humano! En consecuencia, si bien Plutarco escribía con rigor moral, no sabemos si lo hacía con rigor objetivo; si es que Tácito registra verdaderas glorias, éstas están filtradas por la criba del amor; Bossuet nos legó brillantes páginas pero que adolecen de algo que se llama fantasía.
En el mejor de los casos, pienso que la Historia es hegeliana, es decir que está regida por esta magistral dialéctica que yo recojo y además explico aquí sucintamente: tesis, antítesis y síntesis: o sea que hay una lucha permanente, sea de clases, sea de pueblos, sea de cosas más abstractas e inmateriales; así a lo menos yo me explico las conductas generales del hombre en sus epopeyas, en sus derrotas, en sus calamidades y en sus sosiegos.
No existe una ley histórica, y probablemente nunca existirá. Ya lo hemos dicho: la historia la hace el hombre, y éste actúa según sus necesidades, y éstas cambian incesantemente. Puedo añadir que los creyentes aumentamos un factor al movimiento perenne de los hilos de la Historia: Dios.
Hay teorías sobre la Historia y hay métodos de investigación que no cualquiera los sabe; es cierto. Pero esas circunstancias no alcanzan para tornarla ciencia. Y no os indignéis, historiadores, cuando leáis esto. Que vuestro oficio no sea un campo científico no os hace menos. Al contrario. El saber científico y la ciencia en sí misma son cerrados, son finitos. Allende los números hay más.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.
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