El momento de mejores relaciones entre Bolivia y Chile, tal vez desde el final de la Guerra del Pacífico, fue entre los años 2006 al 2010, momento de ingenuo optimismo cuando se trataba la inocua agenda de los 13 puntos, llamada “sin exclusiones”, aunque el tema marítimo se lo tocaba sólo de refilón, eludiéndolo pese a estar incluido. Por eso, porque Chile le hacía lance a tratar el retorno de Bolivia al mar, es que durante el período bobo (2006-2010), las relaciones boliviano-chilenas estuvieron en el mejor de los mundos, mejor que en las negociaciones de Charaña, cuando las posiciones de una y otra parte no carecían de asperezas, porque se estaba discutiendo con garra, palmo a palmo, de manera oficial, las condiciones para obtener nuestro acceso al Pacífico.
En el período bobo (2006-2010) no existían ni siquiera relaciones diplomáticas, pero alguien tuvo la ocurrencia (seguramente Chile) de alentar una diplomacia de “confianza mutua”, cuando, como hemos afirmado tantas veces, se produjo un peregrinar de ida y vuelta entre La Paz y Santiago, de escritores, poetas, políticos, estudiantes, artistas, parlamentarios, y hasta militares, para tratar sobre integración fronteriza, cultura, educación, seguridad y defensa, libre tránsito, ya hasta el Silala entre otras cosas. Pero, el asunto marítimo, eso estaba guardado en unas misteriosas “consultas políticas”, que algún día seguramente sabremos si se llevaron a cabo y a qué conclusiones llegaron.
Pues bien, el período bobo terminó cuando el presidente Piñera anunció, a través de sus voceros, y a poco de acceder al poder, que Chile no otorgaría ni un metro de su territorio a Bolivia si ello significaba ceder soberanía. Fue un inesperado golpe bajo. Fue desconocer todo lo que se había venido negociando con Chile durante un siglo. Imaginamos la cara que pondría el canciller Choquehuanca, gran impulsor de la Agenda, y no queremos imaginar la cara de S.E.
Sucedió lo que tenía que suceder y es que S.E., el 23 de marzo del 2011, mandó al cuerno la tal Agenda “sin exclusiones” y anunció algo que Chile tampoco esperaba: recurrir a las cortes internacionales. Eso nos sorprendió a los bolivianos también, es cierto. Nos hizo dudar, hasta que nos convencimos que ante la actitud intolerable de los chilenos, lo único que nos quedaba era llevarlos a los tribunales. Sentarlos en La Haya para que, por lo menos, se incomoden un poco. La política de “confianza mutua” había sido una trastada, una tomadura de pelo.
Todo marchó bien porque la Corte Internacional de Justicia de La Haya admitió la demanda nacional y eso ya era un reconocimiento que podíamos exhibir. Como siempre, cuando se trata el tema marítimo, hubo unidad en torno al reclamo, y ex presidentes, ex cancilleres, ex embajadores, ofrecieron su concurso para colaborar al Gobierno sin retaceo alguno.
Pero los bolivianos tenemos el defecto de no hacer las cosas bien de principio a fin. Sin motivo, inesperadamente, S.E. habló de volver a reponer la Agenda. Nos conmocionó. No había motivo para mencionar eso porque era un signo de debilidad y de temor. Y Chile, experto en estas lides, respondió que no había nada de qué hablar porque el tema marítimo estaba radicado en La Haya y si se quería volver a la Agenda, sería excluyendo el asunto del mar. Ahí empezaron los misiles verbales lanzados desde Bolivia y las respuestas de Chile. Y ahí se evidenciaron las flaquezas de nuestra diplomacia poco profesional, pero también las debilidades chilenas, con las actitudes ensoberbecidas de su canciller, el señor Muñoz, que, con faz de inquisidor, echaba gasolina a los explosivos en vez de apagarlos con agua.
Lo de la “confianza mutua” no había dado resultado y bolivianos y chilenos no se estaban amando más que antes. Y no es que antes hubiera hostilidad entre los ciudadanos de ambos países, de ninguna manera. Yo estudié en Chile la secundaria, y fuera de las bromas naturales en el colegio (“Popeye el Marino”, “Titicaco”), nunca me sentí agredido. Pero el patrioterismo chileno es terrible y cuando su Gobierno lo exacerbó afirmando que Bolivia quería que La Haya les quitara territorio, el tema se puso color de hormiga. Mucho peor cuando S.E. descubrió el twitter y empezó a utilizarlo dirigiendo mensajes absolutamente innecesarios a Chile.
Los insultos a nuestra selección de fútbol en el numantino empate en Santiago de hace unos días, ha demostrado algo que yo no había visto en Santiago en mi juventud y es que los chilenos han llegado a detestarnos. Que ultrajen a nuestros deportistas es una muy mala señal, porque esas actitudes siempre tienen reciprocidad. Y a lo que no debemos llegar, de ninguna manera, es a provocarnos a nivel de pueblos.
El último twitter de S.E. invitando a la presidenta Bachelet a visitar el Silala es un soberano disparate. Eso de que “somos de la cultura del diálogo y la diplomacia de los pueblos” es algo como para meditar con pena. Y peor que S.E. se haga contestar con quien oficia de portavoz de Chile, pidiéndole que “seamos serios”, que su Gobierno no le da mayor importancia a su invitación, porque la diplomacia no se hace a través del twitter, y que ese tipo de conductas “hay que tomarlas como vienen”.
Las antipatías mutuas entre bolivianos y chilenos irán creciendo al paso que vamos, como ignorando que al final de lo que suceda en La Haya, bolivianos y chilenos tendremos que sentarnos en torno a una mesa a conversar largamente como personas civilizadas.
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