La noticia de perfil
Yo no me entero de nada, pero tengo una subordinada periodística que me lo cuenta todo con pelos y señales, no porque sea una entrometida, sino porque es más periodista que yo, que soy un viejo “chocho” empeñado en escribir esta columna hasta que las velas no ardan.
De esa manera llegué a saber que el otro día, en el Palacio Legislativo, los llamados “padres de la patria” pertenecientes al oficialismo colocaron sobre sus curules una jarras y unos bañadores para lavar las caras de los ministros de Gobierno y de Minería, salpicadas de alguna manera con sangre de un Viceministro y de varios mineros cooperativistas.
Cuenta la periodista valluna que mientras cumplía sus deberes de corresponsal de esta columna en el Palacio Real de la plaza Murillo se enteró de este lavatorio de caras ministeriales, cuando escuchó una voz que decía: “Debemos ser nosotros quienes lavemos las caras de nuestros ministros porque si no los parlamentarios opositores podrían arañarlas, lo que debemos evitar”. Fue así que la perspicaz bambina cochabambina supo anticipadamente en la llamada interpelación que las “caruchas” ministeriales serían lavadas y no arañadas por alguna temeraria parlamentaria.
Pedí a la minuciosa reportera que me describiera detalladamente la acción misma del lavatorio de caras ministeriales, pues yo nunca había sido testigo de una ceremonia parecida y he aquí la descripción de la misma a cargo de la cholita cochabambina.
“Para lavar la cara a los ministros todopoderosos fue preciso dotar al hemiciclo parlamentario de algunas medidas de seguridad externas e internas, por lo cual el Palacio Legislativo fue custodiado por fuerzas policiales que no llamaron la atención, porque tal cosa no sucede todos los días en la plaza Murillo. En el sitial que ocuparon los ministros que serían sometidos al lavado de caras fueron colocados bañadores y jarras y un turril de agua caliente, junto a material de limpieza facial. El acto mismo del lavado facial correspondió a los parlamentarios oficialistas que demostraron gran pulcritud y eficiencia”.
Hasta ahí el relato de mi discípula periodística, quien con la modestia que la caracteriza me dijo al concluir su relato: “esta es la primera crónica parlamentaria que hago en mi vida, pero estamos en tiempos de Evo, cuando todo cambia”.
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