El Gobierno presentó otro proyecto “estrella” para la construcción de un sistema ferroviario que una los océanos Atlántico y Pacífico con una longitud de alrededor de 15.000 kilómetros y que una los puertos de Santos, de Brasil e Ilo de Perú. Su costo sería de diez mil millones de dólares, sin contar la construcción de un puerto en Ilo, cuyo precio sería igual que el del ferrocarril. Ese proyecto adquiere carácter de fantasía y, por tanto, ha impactado en la imaginación popular, pero no así en los entendidos en la materia que han adoptado opiniones objetivas, de las cuales surgen preguntas muy importantes.
Las primeras consistirían en ¿quién será el propietario de esa empresa, cómo se conseguirá la financiación y cuánto tiempo requerirá?, interrogantes técnicos difíciles de conocer. Otra pregunta es más compleja y está relacionada con la carga y el transporte de la misma. Al respecto se señala que el ferrocarril servirá para transportar casi exclusivamente carga brasileña para países asiáticos, ya que no existiría carga boliviana, excepto algo de soya y sorgo, porque la agricultura nacional se encuentra en caída libre, al extremo de confirmarse que ¡el cincuenta por ciento de la papa que consumimos llega de Perú!
El problema se agrava porque el mega ferrocarril no tendrá carga para el retorno de Ilo a Santos y, por tanto, no podrá funcionar a no ser que Bolivia y Brasil sean invadidos e inundados por productos venidos de China que harán competencia a la industria nativa y le darán muerte, lo cual determinará que nos convirtamos en mercado de consumo colonial de productos de imperios asiáticos. Se debe agregar que, a su paso por Bolivia, ese ferrocarril lo hará a razón de 100 a 200 kilómetros por hora, para solo parar en algunas estaciones para descargar productos extranjeros.
En esa forma, se repetirá el problema que se generó en el Siglo XIX, cuando en el país fueron construidos los ferrocarriles desde las minas a los puertos de Chile, que solo sirvieron para saquear millones de toneladas de minerales y cuando volvían no tenían carga, por lo que sus propietarios resolvieron introducir a Bolivia productos extranjeros baratos que abarrotaron los mercados nacionales, dando muerte a todo tipo de producción. Así, Bolivia se convirtió en colonia de países extranjeros e importaba todo y nada producía, fenómeno que podrá repetirse con el ferrocarril que el Gobierno anuncia construir y asegura que será “maravilloso”, lo que queda en duda por los antecedentes indicados.
Ese procedimiento fue criticado por ilustres pensadores, uno de los cuales, Carlos Montenegro, sostuvo en el libro Nacionalismo y Coloniaje: “Los ferrocarriles tecnificaron solamente la economía colonial. Parece casi un símbolo el hecho de que los rieles fueron tendidos de las minas a los puertos, a lo largo de los caminos que utilizó el viejo coloniaje. Por ese cauce de hierro fluyeron más caudalosos los minerales nativos hacia el mar, para enriquecer a Europa, sin que se derramara gota de su turbión fecundo sobre la geografía boliviana. Las funciones meramente extractivas del ferrocarril se oponían así a todo provecho que el país pudiera obtener del nuevo medio de transporte. Aunque una minoría ínfima de la población saborease las ventajas de éste, lo cierto es que ni el suelo ni el Estado ni la colectividad las disfrutaron… El jadear de la locomotora entre las montañas, concierta con el de los hombres que horadan las minas, la bronca sinfonía colonialista del músculo y la máquina sujetos a la explotación del extranjero”, concluye.
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