Como están las cosas, no sólo se tiene que hablar de “contaminación acústica”, sino de ¡atentados acústicos! Lo que paso a comentarle, amigo lector, es lo que sucede día a día en nuestra ciudad: motocicletas conducidas por “motoqueros” haciendo ruidos “infernales” en su raudo desplazamiento por las calles y avenidas paceñas, ya que los escapes de sus “juguetes de diversión” están tan abiertos que prácticamente asustan y ensordecen a todos. Hace un par de días caminaba por la calle Potosí una persona de aproximadamente 60 años que acompañaba a otra de mayor edad, cuando pasó como una exhalación un motociclista cuyo escape retumbaba a decibeles atentatorios contra la salud humana, y al advertir que el ancianito quedó afectado, casi petrificado, dijo: “por qué no los hacen desaparecer a estos motociclistas”. No dejan de tener razón porque asustan no sólo a viejecitos, sino a señoras embarazadas, o a quienes cargan en brazos a bebés o niños de corta edad. ¿Será que nadie puede dictar una norma al respecto?
Otro problema es el de las alarmas o “sirenas” antirrobo de vehículos. El caso es que conductores de motorizados particulares, de manera irresponsable, dejan activada su alarma para que “martirice” despiadadamente con un ulular estridente a quienes se encuentran en las inmediaciones, mientras algunos de ellos están consumiendo muy despreocupados, ya sea bebidas espirituosas, gaseosas, o lo que fuere, a pocos pasos, y no se dan la molestia de desactivarla. Pareciera que sólo hacen ostentación enfermiza de su vehículo, siendo lo curioso que pese a ello los “auteros” igual nomás les han robado o sustraído uno que otro accesorio. ¿También será que nadie puede normar sobre el particular? Pues se trata de otro “atentado acústico”.
También los denominados “hijitos de papá” al mando de vehículos de todo tipo pasan raudamente por el lado de todas las personas que caminan tranquilas, despidiendo virtualmente “sonidos estridentes” -para ellos “música” de moda- debido a que han tenido la “genial” idea de acoplar al receptor de radio tremendos parlantes en sus carros, a fin de que las piezas sonoras de su preferencia retumben estruendosamente por donde van. ¿Nadie podrá normar semejante abuso?, pues está claro que se trata de otro “atentado acústico”. Se podrá advertir que la contaminación acústica quedó reducida a un pequeño problema, frente a tres simples ejemplos cotidianos del arbitrio en el que incurren quienes irresponsablemente y sin contemplaciones abusan de lo que tienen entre sus manos sin reparar en las dificultades que causan a su alrededor. El ciudadano de a pie reclama, pero ¿será que tantas observaciones irán a parar al fondo del canasto de alguien insensible y satisfecho que viene a ser cualquier funcionario público que está llamado a velar por la tranquilidad pública?
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