En la actualidad, salir de la casa es como ingresar a un mundo extraño, donde la vida discurre de forma injustificadamente muy dura. No se siente el calor de compartir con otras personas algo o mucho de sentimientos recíprocos, sin que ello implique suponer que se sigue en familia, pese a que podría suponerse que es la familia grande, con la que, sin asentimientos recíprocos, experimentamos todas las variantes que tiene en común la existencia humana.
En el hogar, en el proceso de la formación educativa y profesional y en el trabajo se adquiere la sociabilidad y, consiguientemente, ello va acompañado, casi sin percibirlo claramente, de valores sociales que se los debe practicar para constituir una sociedad integrada por seres que los comparten y practican a cada momento, de modo natural, es decir sin que ello implique satisfacer pretensiones y menos beneficios.
Los valores sociales son tan simples y elementales que necesariamente tienen que estar vigentes y puestos en práctica de forma natural, sin que implique concesión alguna. Por el contrario, es una manera de darse a la vida social, que se traduce en comportamientos, gestos y tratos.
Antes de avanzar más en el tema, es también apropiado tener presente que el que más y el que menos tiene la mente ocupada en preocupaciones, a veces incluso en apremios, pero también en considerar formas y medios que se puede utilizar para satisfacer inquietudes, entusiasmos e incluso gratificaciones que no siempre sean materiales, como por ejemplo planear ir al teatro, al cine o a practicar alguna preferencia deportiva.
Entre los valores sociales no siempre se hallan aquellos que sean imprescindibles o utilitarios, son en casos infinitamente más simples y elementales. En suma, de simple convivencia, como es el coincidir en el mismo transporte o en el ingreso a un negocio u oficina. Incluso el cruzarse con una persona conocida o mejor todavía amiga o por lo menos conocida.
En estos y muchos otros casos más, lo menos que se puede hacer, como expresión natural de los valores sociales que se tiene, es el saludo. Tanto para expresarlo como para responderlo. ¿Cuesta algo uno u otro? Nada, en absoluto nada. Entonces, se trata apenas de una manera de estar dispuesto a compartir un mismo transporte o de ingresar y salir de un restaurante, por ejemplo.
Cuando no se pone en práctica, sin costo alguno, el saludo o contestar a quien lo hizo, sólo se está poniendo de manifiesto que se es parte de un conglomerado social, grande, mediano o pequeño, pero que sin que exista por medio requisito alguno, se forma parte de una convivencia común en el plano externo, en el de la relación humana, sin que de por medio haya conocimiento mutuo ni algo por el estilo.
Tampoco tiene algo que ver el aspecto social, es decir el rango que se tenga y con las personas con las que incidentalmente se tiene que compartir algún servicio, con mayor razón si se ingresa a un negocio y, más todavía, cuando es el lugar de trabajo que se tiene o que se visita para alguna compra, consulta o trámite.
Pero eso no es todo. Por algo se utiliza el plural para hablar de un cierto conjunto. En esta ocasión, cabe anotar que los valores sociales se extienden en general al comportamiento que se tiene en todos los quehaceres de la vida humana, que es tan vasta como el universo, pero también tan pequeña como una cabeza de alfiler.
En última instancia, cuando se tiene valores sociales, queda comprometido el trato familiar, social y el respeto a la sociedad en su conjunto. Para ello, de por medio están la ética, la honestidad y el respeto a todo y a todos, sin exclusión alguna. De lo contrario, resultaría que se tiene como característica la vida de los tiempos de la barbarie e incluso del primitivismo más remoto, que tiene que ver con el comienzo de la vida misma, individual y social.
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