Economía de palabras
Algo está mal en el sector lechero del país, que los productores quisieran vender sus vacas y los empresarios quisieran vender la industria.
Los consumidores miran este espectáculo con cierta indiferencia, seguros de que, por lo menos, la leche no tendrá un volumen mayor de agua porque los dioses están enojados y, además, las autoridades del gobierno tienen cosas mucho más importantes que tratar, antes de ocuparse del agua. Además, los consumidores tienen alternativas para consumir la leche, gracias a que la Aduana no controla la frontera y los países vecinos quisieran construir lecheductos hacia Bolivia. Aquí la leche boliviana cuesta casi tres veces más que en los países vecinos.
El debate entre lecheros y la industria es intenso, pero ninguno de los dos sectores quiere mencionar el problema principal, quien sabe porque el gobierno se los ha prohibido.
La última oferta de la industria a los productores es pagarles Bs 3,15 por litro, lo que parece una miseria, pero no si la comparas con el precio de la leche en los países vecinos. Lo que ofrece la industria equivale a 44 centavos de dólar.
Según el economista José Luis Pórcel, el costo de producción de un litro de leche en Argentina es de 19 centavos de dólar, lo que explica que la leche argentina esté llegando en cisternas casi tan grandes como las que traen el mosto para el vino.
Las estadísticas oficiales dicen que las importaciones de alimentos que hace Bolivia proceden, en 71%, de Argentina y Perú. Eso sin contar con la leche, que entra de contrabando como tantas otras cosas, como lo saben los astutos habitantes de Sabaya y de los 34 puestos fronterizos del país.
Ojalá alguien hiciera una estadística completa de la economía, sin excluir lo ilegal, que, en caso de Bolivia, es más grande que lo legal.
El tipo de cambio fijo que se mantiene desde 2011 no habrá “bolivianizado” la economía, como proclama el gobierno, porque los inmuebles y los motorizados se cotizan en dólares, incluso en las importadoras semioficiales, pero lo que ha logrado es que las vacas lecheras sean llevadas al matadero y que la PIL esté a la venta, sin que nadie haga ofertas.
Una política económica que, mirada desde el frente de las vacas y los lecheros, es un desastre.
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