Un error de 11 minutos en la duración estimada del año obligó a suprimir 10 días del calendario el 4 de octubre de 1582.
Hasta finales del siglo XVI, ocurría un fenómeno curioso: las estaciones del año se adelantaban cada vez más. Y no era cosa atribuible al cambio climático. Era más bien una cuestión de medidas. Resulta que la duración del año no se estimaba tan correctamente como ahora.
Nuestro calendario actual tiene su origen en el romano, que constaba de 10 meses. El año empezaba en marzo, llamado así en honor al dios de la guerra, Marte. Y es que con la llegada de la primavera los romanos salían a conquistar el mundo. Así que los meses del año iban de marzo a diciembre (del latín december, que significa décimo).
Después se añadieron dos meses más, para adecuar ese peculiar calendario a las estaciones del año, que no cuadraban. Esos meses eran Januarios (nuestro enero), dedicado a Jano, el de las dos caras, la de los comienzos y la de los finales. Y Febrarius, dedicado Februs, el dios que perdonaba las faltas cometidas a lo largo del año. Por eso febrero, el segundo de nuestro calendario, cerraba entonces el año.
CALENDARIO JULIANO
Con estos dos meses añadidos, la medida del año mejoró algo, pero todavía provocaba desajustes que hacían que las estaciones se adelantaran cada vez más. Para corregirlo, el emperador Julio César encargó al astrónomo Sosígenes de Alejandría que reformara el calendario.
El astrónomo estableció la duración del año en 365 días y un cuarto, o sea 6 horas más. La medida era muy ajustada para los rudimentarios instrumentos de la época. Hoy sabemos que el año dura 365,2422 días, redondeando los últimos decimales, o lo que es lo mismo, 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,16 segundos, que es lo que tarda la tierra en recorrer su órbita alrededor del sol.
Julio Cesar instauró entonces el calendario que después se llamaría juliano en honor a él. Ahora el año comenzaba en enero y acaba en diciembre, como en la actualidad. Febrero, dedicado al dios que por tradición perdonaba las faltas de todo el año, se decidió que fuera el mes para corregir desajustes residuales. Y así cada cuatro años se añadía un día más (el cuarto de día adicional a los 365 días estimado por Sosígenes), dando origen a los años bisiestos.
Pese a que este nuevo almanaque era mucho más preciso, esos algo más de 11 minutos que Sosígenes estimó de más res-pecto a la duración real del año, crearon de nuevo un desfase que de nuevo iba creciendo. Como consecuencia, el equinoccio de verano, punto de referencia en el que los días se igualan con las noches, cada vez llegaba antes. En 1582 se había acumulado un error de aproximado de 10 días, lo que hacía que la primavera llegara el 11 de mar-zo, en lugar del 21.
LA REFORMA DE GREGORIO XIII
Estaba claro que había que revisar otra vez la medida de los años y Copérnico fue el encargado de hacerlo, pero no tuvo tiempo de llevarla a cabo. Así que en 1572 el papa Gregorio XIII encargó al jesuita y astrónomo alemán Christofer Clavius y al ma-temático y teólogo español Pedro Chacón que pusieran orden en el calendario. Tres años después llegaron a una solución que se aplicó en la media noche del 4 de octubre de 1582.
La primera decisión fue dar un salto de diez días. Es decir, que del 4 de octubre se pasaría al 15. Los diez días intermedios, ese año no existieron. Por eso Santa Teresa de Jesús, que murió el 4 de octubre, fue enterrada el 15 de ese mes, fecha en la que celebramos el día de la Santa andariega.
La segunda medida fue corregir la regla de los años bisiestos. Seguirían ocurriendo cada cuatro años, pero con algunas excepciones. No serían bisiestos los años acaba-dos en dos ceros cuyas primeras dos cifras no fueran múltiplos de 4. Así 1600 fue bisiesto, pero no lo fueron los años 1700, 1800 y 1900 a pesar de que por las regla de los cuatro años les hubiera correspondido. Sí lo fue el año 2000, pero no lo será el 2100.
Esta reforma fue aceptada en los países católicos, pero los protestantes y ortodoxos orientales la rechazaron. Al final tuvieron que adaptarse. Los luteranos lo hicieron en 1700, cuando ya acumulaban once días de retraso; los ingleses corrigieron el error en 1752. Los que más se resistieron, los griegos, que lo hicieron en 1927, cuando se habían desfasado ya 13 días respecto al calendario real.
Pilar Quijada
ABC - CIENCIA
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