Entre cartas, poemas y cuentos
Manuel José Cortés
I.– A un tacaño
Yo conozco un tacaño. . . tan canalla,
que el aire escatimara muy contento.
No piensa, por guardar su pensamiento,
o (por guardar su voz) si piensa, calla.
Contra la ciencia misma de Dios falla,
y en los astros del rico firmamento,
y en las olas del mar que impele el viento,
ostentación y lujo inútil halla.
El menguado que todo lo cercena
y pasa días tristes, infelices,
eufriendo los tormentos del infierno,
¿cómo a ser mutiladas no condena
sus narices, que son, más que narices,
deforme yuca o retorcido cuerno?
II.– Las elecciones
Un diputado pelma y bobarrón
que, muy arrellanado en su sillón,
no sepa formular una moción,
o se duerma durante la sesión;
Que al Ministro lo llame Cicerón,
aplaudiendo risueño su oración,
y se espante al oír REVOLUCIÓN:
Tal es el que conviene a la Nación.
Bien lo sabe el gobierno maternal
que nos manda con tino sin igual;
por eso ha dicho a un jefe provincial:
“La harina debe ser de mi costal:
haced que el diputado sea tal,
que ponerle podamos el morral”.
III.– El justo
Al borde del abismo, el roble erguido,
del huracán resiste al recio embate,
y su lozana copa no se abate
ni aún al golpe del rayo que lo ha herido.
Así, la condición que le ha cabido
sufre el justo, en su vida de combate:
Exento de temor su pecho late,
y el dolor no le arranca ni un gemido.
El odio inmerecido no le espanta;
de sus contrarios el ultraje olvida;
el rencor en su pecho nunca impera.
Del deber acatando la ley santa,
ve, imperturbable, el drama de la vida,
y el desenlace en otra Vida espera.
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