Contrariamente a lo que el pueblo de Estados Unidos y el mundo creían hasta el día de elecciones, el señor Donald Trump resultó Presidente del país más poderoso del orbe; un empresario multimillonario que se muestra como una incógnita o, peor, imprevisible para lo que pueda ser el futuro, debido a muestras de soberbia, a un acentuado nacionalismo y dispuesto a adoptar las medidas más controvertidas para el pensar y sentir de los estadounidenses y para las expectativas mundiales.
El nuevo Presidente, diferente en todo sentido a su antecesor, el señor Barack Obama, inmediatamente después de jurar al cargo, adoptó medidas que nadie esperaba por precipitadas; se mostró dispuesto a demostrar voluntad para hacer de su país “el más poderoso”. Luego de haber despedido -protocolar, cordial y amistoso- a su antecesor señor Obama en las puertas del helicóptero que trasladó a éste y su familia a Florida, anuló el seguro de Salud -Obamacare- que beneficiaba a más de veinte millones de personas y que había creado el ex-Presidente Obama, una medida de carácter humano que favorecía a los más pobres y esperanzados del país más rico y poderoso.
Anunció su disposición de retirar a EEUU del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) que es un golpe duro y certero a aliados de EEUU en el Asia, un tratado de libre comercio que representa el 40% del PIB del mundo y un tercio del comercio mundial. El alejamiento del TPP por parte de Estados Unidos implicaría, prácticamente, desestimar el acuerdo comercial más grande que se ha dado en la historia, porque el mismo aglutinó en las mayores economías a Japón, Corea del Sur, Taiwan, Singapur y muchos otros, y, principalmente a China, potencia que podría desencadenar una pelea comercial que, más temprano que tarde, alcance a todas las naciones asiáticas.
Pero no es sólo el TPP con países asiáticos que tendrán consecuencias graves por la decisión del señor Trump sino que existe casi la certeza (anunciada durante su campaña) de anular o renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte que Estados Unidos firmó con Canadá y México. Esto tendría consecuencias no solamente para los socios sino para el mismo Estados Unidos porque ese tratado ha permitido que los tres países caminen conjuncionados en pos de un desarrollo y progreso sostenidos; pero, sobre todo, han demostrado que es posible aplicar políticas de integración en todo el continente con miras a beneficiar a los pueblos.
Decisiones precipitadas, voluntad férrea y soberbia para los cambios, vocación nacionalista excesiva, fanatismo por hacer de su país sólo refugio y patria para los estadounidenses menospreciando a quienes no pertenecen a ese país. Para dar solidez a sus intenciones, se mostró racista en extremo durante su campaña y, aunque no lo expresó concretamente, en su discurso de posesión se mostró más cauto con quienes son parte importante de la población de los Estados Unidos y que originalmente, son procedentes de la mayor parte de los países del orbe. Se notó también que fue poco categórico con el narcotráfico; pero, por otra parte, no hizo mención a la intención de construir un muro en la frontera con México, medida que denota racismo y complejos. El muro impediría “el paso a territorio estadounidense”; como si esa medida, que sería una vergüenza y un atentado contra los derechos humanos, frenaría o disminuiría el accionar de los narcotraficantes que, en cualquier circunstancia, adquieren cada vez más poder.
Todo muestra, en pocos días de gobierno, que el señor Trump ha olvidado que libertad, democracia y justicia no son posibles con políticas totalitarias, con discriminaciones en la población de su propia nación. Ha olvidado que no es posible el crecimiento de virtudes y valores del ser humano en condiciones de discriminación y desprecio de derechos; que es imposible el reinado de la paz pregonando “hacer de su país el más poderoso”, porque es de entender que la prevención no sería para lo económico, político o social sino en contar con primacía armamentista donde todos respeten a su gobierno porque es más poderoso y capaz de imponer políticas y hasta caprichos con tal de cambiarlo todo, hasta lo bueno que se ha hecho y que hizo grande a ese país.
El mundo esperaba otros procedimientos durante la campaña y se creía, tal vez ingenuamente, que desde la Casa Blanca se adoptarían políticas diferentes, constructivas, humanistas y no que haya ahora una especie de “espada de Damocles” sobre todos los países porque esa espada que caiga sobre la humanidad -no sólo contra EEUU- dependerá de caprichos y egolatrías porque se actúa con soberbia y petulancia.
Lo mostrado por el nuevo Presidente de Estados Unidos no se parece en ninguna forma al gobierno de Barack Obama que, salvo de pequeñas sombras que pudieron ser luces para la humanidad porque no se adoptaron medidas radicales contra el armamentismo, el crímen, el vandalismo y el terrorismo, ha sido uno de los mejores gobiernos que tuvo el país de Washington, Jefferson, Lincoln, Kennedy y otros grandes que honraron a su país y al mundo con sus hechos y amor por la libertad, la democracia y la justicia. Queda la esperanza de que el señor Donald Trump cambie sus intenciones y políticas; que se despierten en él virtudes que seguramente haya tenido y las convierta en valores y principios que honren a su país y a la humanidad.
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